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Escritos desde el páramo

Decimocuarto misterio jocoso: Templarios destemplados (IV)

Viene de aquí
Ya a solas con si misma mismidad, el Sr. Fernández Bueno prosigue con su repaso a la historia (¿?) del Temple:
"Sin embargo, el poder definitivo llegó cuando el Papa Inocencio II dictó la bula Omne datum optimun mediante la cual los caballeros templarios quedaban liberados, si es que alguna vez no lo estuvieron, del yugo de los reyes de cada país, debiendo obedecer exclusivamente a la autoridad pontificia." (Pág. 234)
Pues muy divertido, pero la importancia de la bula Omne datum optimum (29 de marzo de 1139) es doble. Por un lado suponía el fin de las dudas que habíamos visto en el artículo anterior. Puesto que el Papa había hablado con total claridad calificándolos de defensores de la Iglesia y prometiendoles el perdón de sus pecados, ya no había lugar para cuestionarse su papel. Por otra parte, consagraba su autonomía. Esta independencia se estructura en torno a dos temas distintos, económico y nombramiento de los sacerdotes. Desde este momento los Templarios no están obligado al pago de diezmos y, por el contrario, pueden cobrarlos. Tampoco nadie puede exigirles parte alguna de los botines que caigan en su poder. En cuanto al nombramiento de sacerdotes, hasta ese momento dependían de los curas que las autoridades eclesiásticas quisieran concederles. La Omne datum optimum permitía que la Orden tuviera sus propios sacerdotes (y templos) que le deberían obediencia no a ningún obispo sino al propio Maestre del Temple. Todo ello suponía que el Temple se independizaba no del poder real sino de la jerarquía eclesiástica puesto que sólo dependían del Papa.
"En 1146 Eugenio III les autorizó a portar los hábitos blancos, y lo que es más importante, la cruz "pattée", roja como la sangre, y colocada sobre el corazón, que siglos más tarde adornaría las velas de tres naves capitaneadas por un marinero desconocido dispuesto a abrir una rita comercial ignota hacia las Indias..." (Pág. 234)
Dejaremos de momento a Colón (ya tendremos ocasión de hablar largo y tendido sobre él) y vayamos a las vestimentas de los Templarios que ni eran blancas (así, en general) ni su uso les fue autorizado en 1146. Ya en el Concilio de Troyes (1129) se recoge que los Caballeros tenían que vestir de blanco como símbolo de castidad y pureza (artículo 17 de la Regla) mientras que los Sargentos debían hacerlo de marrón o negro. Por tanto, en 1147, lo único que se les autorizó es a portar la cruz roja sobre sus hábitos, algo que antes les estaba prohibido puesto que no podían llevar ningún adorno en sus ropas (artículo 18 de la Regla). Un estudio más detallado de la indumentaria de los Templarios pueden encontrarlo aquí y aquí, ambos de mano de José Ignacio Villar Soto.
"Las posesiones de los monjes continuaban ascendiendo a un ritmo vertiginoso, al igual que la soldadesca que integraba sus filas. Al cabo de pocos años las casas y encomiendas que regentaban en Europa sobrepasaban con creces las mil, y el poderoso ejército templario estaba constituido por más de 50.000 hombres dispuestos a tomar las armas en nombre de la justicia divina." (Pág. 234)
En realidad, las estimaciones más serias calculan que el número de casas y encomiendas no superaba las mil, la mayoría de ellas en Francia (unas 660) [1] (Pág. 350). Por si les interesa saberlo, las cifras que da Gonzalo Martínez Diez para España son 32 encomiendas en el reino de Castilla, 15 encomiendas en el reino de Aragón, 15 encomiendas en Cataluña, 4 encomiendas en el reino de Valencia y 1 encomienda en el reino de Mallorca [2] (Págs. 423-429). En total, 67 encomiendas y no todas existieron simultáneamente. Si comparan estas cifras con los cientos y cientos de lugares templarios en nuestro país de los que hablan los escritores esotéricos se darán cuenta de que, sencillamente, están fabulando sobre lugares que de Templarios nunca tuvieron nada.
Por otra parte, lo que era propiamente el ejército Templario en Palestina (es decir, los hermanos Caballeros y los hermanos Sargentos) se calcula que en los decenios 1180-1190 no sobrepasaban los 3000 hombres (600 caballeros y 2000 sargentos) [3] (Págs. 112-113). Eso no quiere decir que no pudieran disponer de más hombres porque, en caso de necesidad, contrataban mercenarios como los turcópolos (tropas de caballería ligera que procedían de la población franca de Palestina) o soldados especializados en el uso de máquinas bélicas. Tampoco quiere decir que ese fuera el número de Templarios. Con frecuencia se olvida que no todos los Templarios combatían, es más, los soldados eran una minoría ya que el mantenimiento y la explotación de las numerosas casas y encomiendas en Europa empleaban a muchos más hermanos que el convento (es decir, las tropas móviles) y las guarniciones de las fortalezas templarias de Palestina.
Aunque a esas cifras anteriormente citadas habría que sumar las desplegadas en los reinos de España (que, sin duda, serían números menores) aun así estaremos muy lejos de los 50.000 soldados que dice tan alegremente D. Lorenzo.
"Manejando los hilos de la corona se encontraba un depravado personaje cuyas ansias de poder absoluto estaba por encima de cualquier cosa. Felipe IV "el Hermoso" jamás congenió con los mandatarios de la Orden: no en vano tuvo que sufrir la humillación de ser uno de los más importantes deudores de la banca templaria, y el tesoro real, ínfimo en calidad y cantidad comparado con las arcas del Temple, era "custodiado" en la Casa de estos en París, en el cuartel general de los monjes guerreros para mayor vergüenza del Rey..." (Pág. 235)
Vamos a ver qué hay de cierto en eso. Cuando Felipe IV llega al trono en 1286 se encuentra con que debe al Temple la friolera de 101.000 libras. Cuatro años después la cifra se había reducido a 53.707 libras. [1] (Pág. 92)
En 1295 comienza el translado del tesoro francés desde el Temple al Louvre (se encontraba allí desde el reinado de Felipe Augusto tanto por la seguridad del lugar como por la absoluta honradez y competencia de los Templarios -los pocos casos en los que algún hermano practicó el desfalco acabó con el delincuente haciendo compañía a las ratas de las mazmorras-). Esta operación concluyó en 1296. Sin embargo, el rey Felipe continúa teniendo unas magníficas relaciones con el Temple que, por un lado, continúa haciéndole los préstamos que necesita y, por otro, continúa interviniendo en las finanzas reales.
Tanto es así que en 1303, después de la derrota de los franceses ante el ejército de Flandes, el monarca ordena que el tesoro de Francia regrese al Temple. En 1305 el Temple paga la pensión de alguno de los soldados franceses, en 1306 abona la soldadas [1] (Pág. 95)... Esta relación privilegiada llega hasta el mismo día 13 de octubre de 1307 cuando todos los templarios franceses son detenidos simultáneamente por orden de Felipe IV. ¿Qué había sucedido? Algo mucho más complicado que lo que se ha venido diciendo hasta hoy. No es algo tan sencillo como el habitual: "Es que Felipe IV debía mucho dinero al Temple y como no podía pagar..."
Cuando Felipe IV llega al poder, la libra tornesa contenía 3,95 grs. de plata en vez de los 4,05 de los tiempos de S. Luis. [1] (Pág. 257) En 1290, las minas de plata alemanas de las que procedía la mayoría de este metal que se empleaba en Europa se están agotando y disminuye su producción. Esto, por supuesto, crea una gran carestía. Para paliarla se procede a la reacuñación, es decir, a la eliminación de parte de la plata que estaba presente en las monedas en circulación, con lo que éstas mantienen su valor nominal pero su valor real disminuye. Evidentemente esto provoca una gran inflación y un aumento de los gastos. No obstante, eso lo sabemos hoy, pero entonces parece que nadie reparó en ello, así que Felipe IV continúa la reacuñación de moneda (nueve veces entre 1295 y 1303 y seis de 1304 a 1305) [1] (Pág. 260) con lo que consigue disparar el gasto y que los franceses hagan desaparecer la moneda en circulación (obviamente, a ver quién era el idiota que accedía de buen grado a llevar sus monedas a las cecas reales para que se las devolvieran con menos plata de la que tenían previamente). Además, se crean problemas sociales porque las rentas que pagaban los agricultores valían (en realidad, aunque sobre el papel fueran iguales) mucho menos lo que crea problemas a los perceptores, nobles e Iglesia. [1] (Pág. 261) La única solución era reacuñar la moneda al alza, pero para ello se precisaba una cantidad ingente de plata. Ya en 1302, a consecuencia de la derrota ante los flamencos, ordenó que los funcionarios llevaran a las cecas todas las vajillas de oro y plata con objeto de sostener la libra tornesa (los particulares debían entregar la mitad). [1] (Pág. 263) Para entonces, la libra tornesa sólo poseía 1,36 grs. de plata. [1] (Pág. 267)
El fin de la guerra con Flandes con la victoria francesa en Mons-en-Puelle (1304) supone un alivio momentáneo al poder prescindir de los inmensos gastos militares. Sin embargo, la cantidad de plata necesaria para volver a la normalidad era de más de 106 toneladas. El superávit francés, una vez eliminados los gastos extraordinarios de la guerra con Flandes, era de 0,5 toneladas de plata al año, es decir, que se necesitarían más de 200 años de dedicar todo el superávit a ese fin para poder regresar al valor inicial de la libra tornesa, pero el descontento de los propietarios por el asunto de las rentas "basura" y el del pueblo que estaba imposibilitado de adquirir lo necesario para subsistir ante el alza de los precios, hacía imposible el mantener la situación.
El primer paso fue la expulsión y expropiación de los bienes de los judíos, pero así "sólo" consiguió 15,6 toneladas de plata. [1] (Pág. 273) Aún necesitaba unas 90 toneladas y no había más que un lugar en el que pudiera encontrarlas.
En julio de 1307, el príncipe de Gales (futuro Eduardo II) que atravesaba por dificultades financieras, las solucionó asaltando el Temple de Londres. Se apoderó de 50.000 libras esterlinas más joyas y oro. [1] (Pág. 274) Felipe IV se decidió a realizar lo que ya había planeado. El Temple francés estaba sentenciado.
NOTAS:
[1] Véase Los Templarios y el origen de la banca. Ignacio de la Torre Muñoz de Morales. Ed. Dilema editorial. Madrid, 2004.
[2] Véase Los Templarios en los reinos de España. Gonzalo Martínez Diez. Ed. Planeta. Barcelona, 2001.
[3] Véase Templarios. La nueva caballería. Malcolm Barber. Trad. Albert Solé. Ed. Martínez Roca S.A. Barcelona, 2001.
-Continuará-

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