Blogia
Escritos desde el páramo

Cuarto misterio jocoso: El obispo en su tumba

Viene de aquí
Después de ese preámbulo, comienza el "viaje iniciático" propiamente dicho del Sr. Fernández Bueno. Nada mejor para ello que despertarse con una resaca de Cardhú (en mi opinión, un detalle de pésimo gusto. Donde esté la cazalla...) o, al menos, eso parece pensar D. Lorenzo puesto que se dedica a contárnoslo con todo lujo de detalles. Dado que no parece que eso (ni sus andanzas por los bares de Jaén, ni...) tenga demasiado que ver con "El obispo insepulto" (título de este capítulo) me permitirán que lo obvie y vaya al grano.
Pese a la brevedad de este capítulo y a las continuas digresiones del autor, el Sr. Fernández Bueno plantea ya una buena serie de "misterios" que irá desarrollando a lo largo de la obra (al menos, demuestra que conoce la teoría de cómo se escribe una historia). Así, nos presenta a un misterioso personaje, un tal Geoffrey, que le irá guiando en las diversas etapas del viaje iniciático. Permítanme suponer que el tal Geoffrey no es más que el alter ego del Sr. Fernández Bueno, pero cumple con el necesario papel de Maestro (puesto que D. Lorenzo opta por revestirse con la piel del Discípulo, es obvio que hacía falta un Guía). Así, esta obra adopta una estructura tradicional del esoterismo. Ya dijimos que una de las coordenadas para entender este texto era la Tradición. La otra es el Viaje iniciático, ese recorrido geográfico, temporal o ambas cosas, en la que la persona va accediendo a grados de conocimiento cada vez más elevados. Esta estructura no me desagrada (al contrario, normalmente me gusta) pero, por desgracia, los supuestos misterios, como ya veremos, van de lo deplorable a lo patético.
Comienza el Sr. Fernández Bueno por hablar de los tesoros del Templo de Salomón como la Mesa, el Candelabro y el Arca de la Alianza. A continuación cambia de tema para hablar de D. Alonso Suárez de la Fuente del Sauce, obispo de Jaén a comienzos del S XVI, del que dice: "De origen humilde, en pocos años consiguió una buena posición y prestigio entre los valedores de la corte. Sin embargo, como si de un destierro se tratara, fue ubicado en el Santo Reino, tierra de frontera, de malhechores y bandidos que hacían de la vida en el lugar una constante supervivencia. Pero él lo aceptó con agrado. En pocos años sus rentas aumentaron inexplicablemente en una época en que la Mesa Episcopal se hallaba falta de emolumentos." (pág. 45) Añade, poniéndolo en boca de Juan de Olmuz, que el obispo Suárez tuvo conocimiento de doctrinas ocultistas, que adoptó un escudo que representaba: "la fontana y el Árbol de la Ciencia en el interior del hexágono, símbolo inequívoco del mítico rey Salomón." (Pág. 51) y que tuvo una inmensa actividad como constructor. En sus obras "como único requisito -no exento de misterio- mandó labrar sus armas, un escudo, como ya comenté, un tanto extraño..." (Pág. 53). La razón para esa fortuna inexplicable estaba en su búsqueda de los tesoros del Templo de los que vuelve a hablar asegurando que fueron objeto de la rapiña de las legiones tras la toma de Jerusalén por Tito. Conducidos como botín a Roma se incorporaron al tesoro de los Visigodos y acabaron en Toledo donde fueron capturados, a su vez, por los árabes. Su pista se pierde cuando iban a ser conducidos a Cádiz para ser embarcados hacia Oriente. Según parece opinar D. Juan de Olmuz, estarían en Jaén y D. Alonso los buscaba: "... pareció colocar a don Alonso en su justo lugar, otorgándole parte de razón al ser descubierto el magnífico tesoro de Torredonjimeno, a pocos kilómetros de la capital del Santo Reino." (Pág. 57) Por si esto fuera poco añade D. Juan: "La búsqueda de la mesa de Salomón parece detenerse a finales del pasado siglo, coincidiendo con la posible visita a la ciudad de un misterioso párroco de nombre François, procedente de la localidad francesa de Rénnes-le-Château." (Págs. 58-59)
No obstante, el mayor misterio que rodea al obispo Alonso es el hecho de que permaneciera insepulto lo que D. Lorenzo parece opinar que es una circunstancia debida a la heterodoxia del obispo Suárez: "Había llegado el momento de encumbrar a esta figura denostada por los siglos y especialmente por el clero." (Pág. 48)
Concluye el capítulo con el encuentro por parte del autor de unas iniciales grabadas en la sillería del coro: "B" y "S". (Pág. 69) que interpreta como:"François Bérenger Saunière" (Pág. 70).
Hasta aquí la exposición del autor. ¿Qué hay de cierto en ello? Que Alonso Suárez fue obispo de Jaén. El resto es una sucesión de chorradas. Vamos por partes.
El Arca de la Alianza (si alguna vez existió) desaparece de la historia (es decir, de la Biblia) mucho antes de que Tito apareciera por Jerusalén. Pese a que el autor asegura lo contrario en la página 55, en los relieves del arco triunfal de Tito en Roma no aparece dicho objeto entre el botín capturado en la guerra. Sí se representa el altar de oro (no la Mesa de Salomón) y el candelabro de siete brazos. ¿Qué pasó con él? Pues dada la cantidad de veces que Jerusalén fue "visitada" por ejércitos enemigos pueden suponerlo. Además todos sabemos que está depositado en un almacén secreto en los EEUU desde que lo encontró un tal Jones (perdónenme la ironía, pero las referencias a la Mesa de Salomón en Toledo son tan fiables como las "pelis" americanas). Ya, ya sé lo que dicen las historias árabes, pero éstas están teñidas de un carácter legendario. De hecho, no sé porqué tienen que quebrarse tanto la cabeza para situarla en Jaén cuando una fuente árabe asegura: "... una ciudad en la que residieron sus reyes y que tenía por nombre Lebtit o Ceuta, o Jaén." y en un castillo que allí había estaba: "En la segunda estaba la mesa de Solimán, hijo de David -¡sea para los dos la salvación!- tallada en una sola piedra esmeralda, cuyo color, como se sabe, es el verde y cuyas propiedades escondidas son indescriptibles y auténticas, porque serena las tempestades, mantiene la castidad de su portador, ahuyenta la disentería y los malos espíritus, decide favorablemente un litigio y es de gran socorro en los partos." Una maravilla, claro, que lo mismo te cortaba la cagalera que te hacía ganar un juicio (vamos, que como el Tanagel y Perry Mason en un sólo objeto). Claro, que el primer problemilla de esta fuente es que dice que: "En cuanto a los tesoros, es fama que Tárik, hijo de Zaid, los remitió al califa su señor, que los guardó en una pirámide." con lo que se va a tomar vientos a la farola la historia de colocarla actualmente en Jaén o Ceuta (por lo visto tanto daba una que otra ciudad. Eso es precisión y lo demás son verduras de las eras). Otro pequeño inconveniente es que la fuente árabe citada es un libro muy famoso, "Las 1001 noches" (para ser preciso, la noche 272) lo que queda muy poco presentable habida cuento de su carácter de recopilación de cuentos. En fin, creo que queda claro el caracter legendario de las narraciones musulmanas al respecto.
Me ha llegado al alma que no tengo (desalmado que es uno) lo de que el hallazgo del tesoro de Torredonjimeno confirma el supuesto itinerario de la Mesa de Salomón. La explicación del autor en la nota 6 de la página 57 es que los tesoros de Guarrazar y Torredonjimeno habrían sido escondidos a lo largo de la ruta seguida por sus custodios. Esto es una chorrada y lo es por dos motivos. Supongan que son Vds. los guardianes de un gran tesoro y van transportándolo por un camino cualquiera. La única razón lógica para que lo escondan es que crean estar en peligro. Si ése fuera el caso ¿qué harían Vds, enterrarlo todo junto o enterrar una parte y seguir con el resto encima durante unos cuantos centenares de kilómetros para enterrarlo en otro lugar? El segundo motivo para considerar esto una chorrada es que los tesoros de Guarrazar y Torredonjimeno no tenían la misma procedencia. Si el de Guarrazar sí parece estar relacionado con Toledo, la capital visigoda, dada su elevada calidad y riqueza, el de Torredonjimeno procedía de "provincias" (su factura es mucho peor) y más concretamente de Sevilla (en uno de los fragmentos de una de las coronas aparece una dedicatoria a las santas Justa y Rufina que recibían culto en la ciudad hispalense). Lógicamente esto obliga a cambiar el sentido de la marcha, no es que el tesoro fuera de Toledo a Cádiz, es que había salido de Sevilla en dirección norte tal vez huyendo de la invasión árabe.
Vamos ya con el Sr. obispo. D. Alonso Suárez nació en una localidad de Ávila, Fuente del Sauce, cuyo nombre incorporó al suyo como un D. Quijote anticipado. Evidentemente esto explica su misterioso escudo de armas. El que una persona que adopta el apellido de la Fuente del Sauce tenga como divisa heráldica una fuente y un sauce es tan misterioso como que el escudo del municipio de Fuente Lahiguera presente (¿lo adivinan? ¡Bingo!) una fuente y una higuera. No vean las lecturas esotéricas que se pueden hacer sobre esto...
D. Alonso no fue un pobrecillo de solemnidad sin fortuna propia que necesitara del auxilio de talismanes enigmáticos para tener "plata" con la que dedicarse a sus actividades constructoras. Este buen señor antes de obispo de Jaén lo fue de Mondoñedo-Lugo y, además, fue General del tribunal de la Santa Inquisición, Presidente del Consejo de Castilla y Comisario de la Santa Cruzada. Todo ello "carguitos" sin la menor importancia...
De su currículum podemos extraer algunas conclusiones obvias. D. Alonso no había caído en ninguna especie de destierro al ir a Jaén (si hubiera incurrido en desgracia no habría recibido alguno de los cargos más importantes del reino). D. Alonso tampoco era ningún heterodoxo porque, si ése fuera el caso, no hubiera sido designado General del tribunal de la Inquisición que era el guardián de la ortodoxia más estricta.
El informante del Sr. Fernández Bueno, D. Juan de Olmuz "decano historiador sevillano" (Pág. 48) del que no tengo la menor noticia, insiste en que Jaén era en 1500 un lugar poco deseable."La sede de Jaén quedó vacante, e inconcebiblemente en el año 1500 arribó al nuevo emplazamiento, en el que permanecería de por vida. En esas fechas Jaén era una ciudad de frontera, sin identidad, salvaguarda involuntaria de una agresiva miscelánea en la que convivían judios, árabes y cristianos, con maleantes y asaltadores de caminos. nadie quería ir allí, y mucho menos aquellos que, dada su condición social y su indiscutible relación con la corte, podrían gozar del favor de los reyes para ser ubicados en otro emplazamiento de mejor calaña.". No deja de tener su gracia que el autor de este libro que nos ocupa sea giennense. Supongo que ese parrafito no les habrá gustado en demasía a sus paisanos... A lo nuestro, a examinar esas afirmaciones. El antecesor de D. Alonso Suárez en Jaén fue D. Diego de Deza (no, no dejó de ser obispo de Jaén porque le matara un "asaltador de caminos" sino porque le nombraron obispo de mi ciudad, Palencia). D. Diego fue, indudablemente, una de esas personas que sólo aceptaron ir a Jaén porque no tenía contactos con la Corte. Total sólo fue, según el Arcediano del Alcor en su obra "Silva Palentina": "maestro que fue del príncipe Don Joan y confesor de los Reyes Católicos, el qual, habiendo sido obispo de Zamora y Salamanca y de Jaén, fue trasladado a Palencia y tomó la posesión en el mes de abril año de MD; fue gran letrado y bien religioso perlado." [1] Después de su paso por mi ciudad en la que, sin duda empobrecido tras su paso por la sede giennense, sólo pudo costear una "obrita" de nada, el altar mayor de la Catedral (espero que se perciba la ironía), este "mindundi" sólo fue nombrado arzobispo de Sevilla y, después, de Toledo (aunque no pudo tomar posesión del cargo al fallecer con anterioridad a ello). Comprobamos como el ilustre "decano historiador sevillano" nos las "ve de gordas" pese a que "colgaba de su afilada nariz dos añejos quevedos" (Pág. 50) (ahora que lo pienso, sin duda es ésa la razón de que no viera bien. Si sólo llevara unos quevedos y se los hubiera puesto encima de la nariz en lugar de colgárselos a pares de ella, sin duda hubiera visto mejor la realidad histórica). Obviamente, para percartarse de la calidad del historiador sevillano sólo hay que señalar esa frase de que en 1500 en Jaén convivían judíos, moros y cristianos, como si los judíos no hubieran sido obligados en 1492 a la conversión o a la expulsión. Claro que en 1500 Jaén tampoco era una ciudad fronteriza. Sí lo fue durante parte del S XV, pero el avance de las tropas cristianas que concluyó con la conquista de Granada había alejado el peligro de las incursiones nazaríes. De hecho, el XVI es la época que supone el "Siglo de Oro" de la Jaén cristiana, una de las 16 ciudades que tenían representación en las Cortes, lo que ya da un primer dato de su importancia. A un aumento de la producción agrícola se suma el auge de la artesanía con artículos de lujo como el tejido de la seda. Para que podamos comprender la situación real de Jaén, el censo de 1530 da para la capital una población de 16.800 habitantes (en esta misma fecha, Burgos tiene 6.000, Madrid 3.000 y las ciudades más pobladas, Sevilla y Valladolid, 26.000 y 27.000 respectivamente). Añadamos que poblaciones como Úbeda (también dependiente del obispado giennense) tenía 10.000 habitantes para hacernos una idea de la importancia que tenía esta sede que, en realidad y lejos de su supuesta precariedad económica, era una de las más ricas detrás de Sevilla, Zaragoza, Toledo y Santiago de Compostela. Basta con comprobar el patrimonio arquitectónico de las poblaciones de Úbeda y Baeza (edificios construidos en gran parte durante el S XVI) para darnos cuenta de las grandes inversiones de dinero que hicieron tanto los poderes eclesiásticos (y no sólo el obispo D. Alonso, basta con ver la tumba que se hizo construir su camarero, D. Francisco del Vago en Úbeda) como la aristocracia giennense. Por lo que se ve, todos chupaban de la teta de la Mesa de Salomón que debía ser tan exuberante como Sabrina.
Si ya hemos visto las razones para dar un sonoro "tururú" a las pretensiones de que D. Alonso debía conocer algún secreto para aceptar ir a ocupar la sede de Jaén y de que éste debía poseer una fuente de financiación extraña para poder acometer las obras que realizó (me permito un inciso, ¿el autor estaba de broma cuando dice que no está "exento de misterio" el hecho de que el obispo colocara su escudo en las obras que realizó? Pues o es eso o no se entera de la "misa la media" porque eso es, exactamente, lo que hace la mayoría de los patronos, sean civiles o eclesiásticos) ¿cómo se explica que el obispo permaneciera inhumado? ¿Es cierta esa sugerencia de heterodoxia, de ser mal visto por los poderes religiosos? Esto es lo más gracioso del tema. A su muerte en 1520 D. Alonso fue inhumado en la Capilla del Santo Rostro que él había ordenado construir en la Catedral. En 1635, con motivo de unas obras de remodelación de la Capilla tuvo que ser exhumado y fue transladado su cuerpo a la sacristía hasta la terminación de las obras en 1664. Fue entonces cuando surgió el problema que lo dejó sin sepultura hasta hace unos años. La familia del difunto pretendió que se le enterrara en la antigua ubicación mientras el Cabildo Catedralicio prefería que se le inhumara en el Coro con los demás obispos de Jaén. La falta de acuerdo entre las partes (en la que se ventilaba algo más que un lugar de enterramiento, ya que se trataba de dilucidar si la familia tenía derecho de patronato -es decir, si a cambio de una serie de obligaciones tenían ciertos derechos como puede ser el de enterramiento-) se convirtió en un largo, casi interminable litigio. A la espera de que se resolviera, el cuerpo fue conducido a la Capilla del Santo Rostro pero no se procedió a la inhumación. Hasta 1939, en el primer día de noviembre, los familiares acudían a renovar sus obligaciones de patronato (unas ofrendas de cabezas de ganado, aceite...) puesto que si no lo hacían así caducaría el derecho. El Cabildo, por su parte, se negaba a aceptarlo porque si lo tomaba estaría renovando dicho derecho. En 1939 los familiares no aparecieron. El Cabildo vio los cielos abiertos (permítanme la licencia metafórica, muy adecuada por otra parte) y se dispuso a enterrar, por fin, al obispo D. Alonso en el Coro. Esto motivó, una vez más, un nuevo pleito que paralizó la ceremonia. Sólo recientemente fue inhumado D. Alonso en el lugar que determinó el Cabildo. Ésta es la nada misteriosa historia [2] en la que nada tuvo que ver una presunta e inexistente fama de heterodoxia del obispo. Por el contrario, las citas que de él hicieron autores eclesiásticos y civiles posteriores muestran a un piadoso y caritativo cristiano.
¿Se puede meter aún más la pata? Se puede, se puede. En la página 47 coloca una fotografía de un relieve del Coro que muestra de un obispo observando un triángulo flamígero. D Lorenzo señala: "vemos al obispo Suárez observando un triángulo "masónico" en el S XVI." Ignoro si el representado es, efectivamente, el obispo Suárez (me recuerda una de las típicas representaciones de S. Agustín) pero debo recordar al autor que, para los cristianos, el triángulo es una representación de la Santísima Trinidad, así que deje a los masones en paz, que bastante tendremos que hablar de ellos en el futuro.
¿Y lo de Berénger-Saunière? Pues aparte de que ya hableramos de él en los próximos capítulos, no hay la menor prueba material de que visitara Jaén. Por cierto, en la página 70 reproduce la fotografía de su gran hallazgo (vamos, encontrar unas iniciales grabadas en el Coro de una Catedral es como para crear y conceder el Nobel de Arqueología). Hasta el lector más torpe podrá ver un montón de iniciales distintas, hay también una "L.E", un "D.M."... entre otras letras y signos. ¿Por qué, entonces, B.S tiene que ser Berénger-Sauniére y no Benito Sáenz o Bonifacio Silva? Misterio de los misterios como también debe serlo la razón por la que las letras B.S están de un blanco inmaculado mientras otras de las letras grabadas están tan llenas de porquería por el paso de los años que apenas se pueden leer. Ah, es que D. Lorenzo limpió las letras antes de hacer la foto. Lo hizo tan bien que hasta quitó la pátina que adquiere la madera con el paso del los años... Si el día de mañana le va mal el tema del esoterismo siempre podrá dedicarse a la restauración de muebles de madera, obviamente.
Notas:
[1] Silva palentina. Alonso Fernández de Madrid, Arcediano del Alcor. Ed. Servicio de ediciones de la Diputación de Palencia. Palencia, 1976. Págs. 366-367
[2] La historia del pleito junto con apuntes biográficos del obispo D. Alonso Suárez de la Fuente del Sauce podrán encontrarla en Breves apuntes acerca de D. Alonso Suárez. Laura López Arandia. Disponible en Internet en esta dirección.
-Continuará-

0 comentarios