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Escritos desde el páramo

Las Sonatas del Rosario y el caballo de Espartero

¿Les suena de algo un tal Heinrich Ignaz Franz Biber? El nombre es como para acojonar al más pintado, pero no se preocupen porque no era ningún filósofo, historiador... que pueda darme pie a escribir un artículo-peñazo de los que acostumbro. El bueno de Biber era músico y, la verdad, es bastante desconocido y eso que el año pasado se cumplieron 300 años de su fallecimiento. No por ello deja de ser interesante, en especial una de sus obras que, últimamente, está volviendo a sonar, las Sonatas del Rosario en las que hace uso de una inmensa putada para el intérprete, la scordatura.

¿La qué? Sencillamente, consiste en cambiar la afinación del instrumento (en este caso del violín). Como no tienen porqué saber de qué va esto, imagínense que el teclado de su ordenador sigue siendo aparentemente el mismo pero que si Vds. aprietan la tecla donde habitualmente está la Q le salga la A, si aprietan la W les sale la S... y empezarán a entender la jugarreta que jugó Biber a los violinistas que se atreven a ejecutar su obra. Y empezarán a entenderla porque el simpático Heinrich no tuvo bastante con eso y cambia la afinación en casi todas las Sonatas. Es decir, que para una Sonata el teclado (sigamos con el símil informático) es normal, en la segunda se modifica de la forma antedicha, en la tercera si apretamos la Q no saldría ni la Q ni la A sino la Z... lo que me lleva a pensar que la madre de Biber debe ser recordada con cierta insistencia (e indudable maledicencia) por los intérpretes de estas piezas, por lo demás magníficas y dignas de ser escuchadas.

Obviamente hay que ser un magnífico violinista para no hacer el ridículo al ejecutarlas. Además de lo antedicho, hay que tener en cuenta que esa interpretación forzada hace que el violín no responda de la forma acostumbrada. Todo eso debe ser considerado por el intérprete que verá como todos sus esquemas prefijados caen por los suelos (los intentos de burlar la burla del burlador Biber mediante el uso de varios violines previamente preparados, por ejemplo, no suenan igual).

¿Era Biber un "capullito de alhelí"? Espero que lo antedicho no se lo haga pensar así porque no sería cierto. Parece ser que lo que Biber buscaba es, precisamente, esa respuesta anómala en el violín y no porque sí ni por una vena sádica en el compositor, sino como una forma de adecuar música y contenido (los misterios del Rosario). A ver si me explico. Cada cambio de afinación supone un tiempo de adecuación durante la que el instrumento suena "raro". En las Sonatas correspondientes a los misterios dolorosos, el violín parece gemir, como si el instrumento participara del sufrimiento de los hechos relatados. Algunos de los intérpretes que se han atrevido con estas piezas aseguran que el dolor se extiende al propio violinista porque las cuerdas están tan tensas que resultan incómodas al efectuar la digitación.

¿A qué viene esto? A que hay veces que el hacer las cosas "como siempre" conduce al desastre. Ante un violín con scordatura no tiene sentido el empeñarse en que la nota X está aquí porque es así como es habitualmente de la misma forma que resulta absurdo el pretender que un teclado QWERTY y uno Dvorak tienen las letras en igual posición por muy habituados que estemos a los primeros. ¿Verdad que es sencillo? Pues no lo parece porque hay algunos a los que no les entra en la cabeza.

La realidad tiene la mala costumbre de ser como es, con independencia de lo que deseemos. Servidor podría querer tener tanto dinero como Bill Gates, la inteligencia de Einstein, el físico de Schwarzenegger y los atributos del caballo de Espartero, pero la realidad es que tengo el físico de Bill Gates, el dinero de Einstein, la inteligencia del caballo de Espartero... Me venía esta ¿reflexión? a la mente al escuchar ayer la tertulia en el programa de Carlos Herrera en Onda Cero Radio. Aparte de los habituales temas políticos, uno de los "tertulianos", un tal Arcadi Espada, la emprendió contra la religión católica. Dado que soy ateo no voy a molestarme por ello, obviamente, salvo señalar que las malas formas pueden hacer que un buen mensaje sea rechazado. Vamos, que llamar al Papa "fósil" no me parece la mejor manera de comenzar una discusión. Pretender conocer el futuro asegurando que en "años" esa figura del papado desaparecerá por obsoleta me parece un atrevimiento salvo por la evidencia de que "años" pueden ser tres o cuatro milenios y no necesariamente 20 o 30 años. Tampoco el considerar las religiones como meras supersticiones me parece de recibo porque lo que entendemos al hablar de religión y de superstición son cosas completamente distintas...

Pero no es eso lo que más me sorprendió sino su negación de que la mayoría de los españoles se consideran a sí mismos católicos. Ante las objeciones del resto de los contertulios que hicieron referencia a las múltiples encuestas que de forma unánime dicen lo contrario, salió negando la validez de las encuestas. Alucinante, pero cierto. Si la realidad no nos gusta, neguémosla. Todos sabemos que las encuestas no son perfectas, que adolecen muchas veces de errores propiciados por una mala elección de la muestra, por preguntas confusas, por errores de interpretación... pero de ahí a negar la validez de las encuestas en general media un gran paso, el mismo que separa lo sublime de lo ridículo (y que nuestros vecinos franceses identifican con el Paso de Calais).

Tal vez sea obvio que, además, esta chorrada es inútil desde un punto de vista argumentativo. El que la mayoría de los españoles se consideren católicos o no, que el Papa, por tanto, sea un personaje cuyas valoraciones sobre moral, sociedad... sean atendidas (a priori) por más o menos gente no tiene nada que ver con el fondo del asunto que es si esas valoraciones son erróneas o acertadas.

Supongo que todos Vds. pueden deducir lo que pasó a continuación. Aluvión de llamadas telefónicas y "emilios" a la emisora criticando las descalificaciones del Sr. Espada. ¿Qué tiene que ver eso conmigo? Pues, sencillamente, que el Sr. Espada ha frecuentado foros de correo escépticos. La verdad, hay veces que, de igual forma que la mejor forma de desprestigiar la Iglesia es dejar hablar a los obispos, la mejor forma de desprestigiar el escepticismo es dejar que hablen los escépticos máxime cuando alguno parece reflexionar más que con sus células grises con los atributos del caballo de Espartero o, si lo prefieren en román paladino, cuando piensa con los cojones.

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