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Escritos desde el páramo

Segundo apéndice documental. El relato de las Clarisas de Chambèry

 

Viene de aquí

"El quince de Abril (miércoles) del año de mil quinientos treinta y cuatro, el Serenísimo Duque de Saboya y Monseñor el Legado nos enviaron antes de vísperas al señor Vesperis, tesorero de la Santa Capilla, acompañado de algunos otros canónigos, para advertirnos que estuviésemos dispuestas a recibir la santísima Sabana que nos traerían para remendar las partes quemadas.

La Reverenda Madre Abadesa, por nombre Luisa de Vargin, después de darles las gracias, contestóles en nombre de la Comunidad que estábamos dispuestas a obedecer las órdenes de Su Alteza y del Legado, por más que fuéramos indignas de emplearnos en una acción tan santa como aquélla. Entretanto se adornó el coro lo mejor que se pudo y se llevó a él, después de vísperas, la mesa sobre la cual se acostumbraba a desplegar la santa Reliquia.

Al día siguiente (jueves, 16 de Abril), sobre las ocho de la mañana, organizóse una procesión general mientras repicaban todas las campanas, en la cual Monseñor el Legado llevaba la Sábana santa, seguido de Su Alteza, de Mons. el Obispo de Belley y de Mons. el Sufragáneo, además del Notario Apostólico y de muchos canónigos y eclesiásticos y de la principal nobleza del país. Después de haberla depositado algún tiempo en el altar mayor de nuestra iglesia, la llevaron al coro, poniéndola sobre la mesa dispuesta para extenderla.

Recibímosla nosotras en procesión con cirios encendidos; desplegáronla sobre la mesa para examinar los puntos en que debía ser remendada, y entonces, Mons. el Legado preguntó a todos los condes y barones allí presentes si era aquélla la misma Sábana que habían visto otras veces; ellos, después de examinarla diligentemente de un extremo a otro, afirmaron que era la misma, de lo cual los Notarios Apostólicos levantaron acta, mientras que aquéllos cedían el puesto a otros gentiles hombres, eclesiásticos y prelados, que fueron interrogados del mismo modo.

Tras esto, Mons. el Legado dijo a nuestra Reverenda Madre que eligiese algunas de sus religiosas para remendarla. Ofrecióse ella con tres que nombró para trabajar en la Sábana; después dieron las cuatro sus nombres al Notario en presencia de toda la nobleza. Mons. el Legado fulminó la excomunión mayor contra los que la tocaran, salvo las cuatro religiosas elegidas.

Tras esto, el predicador ordinario de Su alteza pronunció un hermoso sermón sobre la Sábana santa, ante la reja del coro, que estaba abierta; el predicador hablaba de cara al pueblo, y al final de su discurso, leyó el Breve Apostólico que Su Santidad había enviado a Su Alteza, por el cual permitía restaurarla a las pobres hijas de la observación de Santa Clara de la ciudad de Chambery. La muchedumbre del pueblo que había acudido para ver esta preciosa Reliquia era tan grande que apenas podían bandearse.

Después de la lectura del Breve, Mons. el Legado nos recomendó un cuidado exactísimo y que rogásemos a Dios para que nos concediese la gracia de hacer esta santa obra según su santa voluntad; hízonos entonar el Confiteor [1] y nos dio a todas la absolución; luego se retiraron todos, excepto el señor Tesorero y el señor canónigo Lambert, a quienes Su Alteza había encargado particularmente el cuidado de la Sábana santa.

Después de comer, el bordador trajo el bastidor para ajustar la Holanda sobre la que se debía poner la Sábana santa; después de dos horas en que la tela fue colocada sobre el bastidor y los soportes, extendimos encima la preciosa Reliquia y alternativamente la hilvanamos.

Su Alteza, acompañado del Legado y de muchos prelados, canónigos y gentiles hombres, vino antes de que hubiésemos empezado a poner las piezas de los corporales en los puntos en que el fuego la había deteriorado y nos preguntó nuestro parecer sobre la Reliquia; pero todas nosotras seguimos el suyo, porque nos parecía el más razonable.

Había tan gran afluencia de gente ante nuestra reja mientras trabajábamos, que apenas se podía hacer nada, por lo que M. Audinet, maestresala de Su Alteza, vióse obligado a rogar al canónigo Lambert que saliese a menudo para hacerlos retirar, lo que también hacían los guardias encargados de impedir los desórdenes.

Enterado Su Alteza de que era tanta la concurrencia, que no pasaba día que no se viesen allí muchos miles de personas, vióse obligado a llevar consigo la llave de la reja, la que, sin embargo, entregaba a menudo a su maestresala para satisfacer el santo deseo de gran número de peregrinos que llegaban de Roma, de Jerusalén y de muchos otros países lejanos. Mostrábaseles la Sábana santa con muchos cirios encendidos, mientras nosotras cantábamos de rodillas. Los pueblos gritaban en voz alta ¡Misericordia!, con muestras de devoción imposibles de expresar, y se volvían profundamente consolados, diciendo que era la misma que habían contemplado otras veces.

Ya el primer día que se nos entregó, que fue el jueves dieciséis de Abril, enviáronsenos, sobre las siete u ocho de la noche, muchos gentileshombres, los cuales, después de saludar a la Reverenda Madre y a toda la Comunidad, dijéronle que tenían orden de poner guardias delante de nuestra reja para velar durante la noche ante la Sábana santa, pues si bien Su Alteza tenía completa confianza en nosotras, lo hacía por el respeto debido a aquella sagrada prenda de Nuestro Salvador y para evitar toda suerte de contingencias. Habiendo llegado gran número de extranjeros para verla, cumplieron ellos su misión, descorriendo el paño de la reja.

El Sr. Síndico envió también personas distinguidas para velar igualmente.

Nosotras teníamos siempre encendido un cirio muy grande en un pilón colocado delante de la Reliquia, hallándose siempre presentes y con cirios encendidos cuatro de los guardias, que se relevaban con tan gran modestia, que antes parecían novicios de una Religión bien reformada, que Seculares. Nuestra Madre Vicaria dióles las gracias por no habernos causado la menor molestia, a lo que respondieron ellos que así lo había ordenado Su Alteza. Varias veces insistieron en que nos fuéramos a descansar un poco, quedando tres o cuatro de nosotras para velar junto a aquel sagrado depósito; pero nosotras no podíamos separarnos de él, teniendo como teníamos permiso de nuestra Reverenda Madre para permanecer allí el tiempo que quisiésemos. Si algunas se retiraban a las diez o las once, se levantaban a media noche y asistían todas a maitines [2]; las demás reposaban únicamente de dos a cuatro, y aun muchas velaban toda la noche con imponderable satisfacción. Todas nuestras pláticas eran con Dios; no nos cansábamos de contemplar las llagas sangrientas de su sagrado cuerpo, cuyos vestigios aparecían en el santo Lienzo; parecíanos que la abertura de su sagrado pecho, como la más elocuente del corazón, nos dirigía incesantemente estas palabras: O vos omnes qui transitis per viam, attendite et videte si est dolor sicut dolor meus. [3]

En efecto, leíamos en aquel rico cuadro sufrimientos que jamás se podrían imaginar. Vimos todavía en él sus rasgos en una cara completamente aplomada y completamente acardenalada de golpes; su cabeza divina horadada por gruesas espinas, de donde brotaban arroyos de sangre que corrían por su frente, y se dividían en diversos ramales, revistiéndola de la más preciosa púrpura del mundo.

Notábamos, sobre el lado izquierdo de la frente, una gota más gruesa que las otras y más larga, que serpenteaba en onda; las cejas parecían bien formadas; los ojos no tanto; la nariz, como la parte más saliente del rostro, bien impresa; la boca bien conformada y muy pequeña; las mejillas, hinchadas y desfiguradas, muestran demasiado bien que fueron golpeadas cruelmente, sobre todo la derecha; la barba no es ni demasiado larga ni muy corta, a la manera de los nazarenos; vésela rala en ciertos puntos, porque le fue arrancada en parte por desprecio y la sangre pegó el resto.

Después vimos una larga señal que se extendía por el cuello, lo que nos hizo creer que fue ligado con una cadena de hierro cuando fue preso en el huerto de los Olivos, porque se ve hinchado en varios puntos como si hubiese sido tirado y sacudido; las señales del plomo y de los latigazos son tan frecuentes sobre el estómago, que apenas puede encontrarse en él un espacio de la extensión de una punta de alfiler libre de golpes; se cruzan y se extienden a lo largo del cuerpo hasta las plantas de los pies; gruesos cuajarones de sangre indican los agujeros de los pies.

De la parte de la mano izquierda, la cual está muy bien marcada y cruzada sobre la derecha, cuya herida cubre, los agujeros de los clavos están en mitad de las manos, largas y hermosas, de donde serpentea un arroyo de sangre desde las costillas hasta los hombros; los brazos son bastante largos y hermosos, hallándose en tal disposición, que dejan completamente al descubierto el vientre, cruelmente desgarrado a latigazos; la llaga del divino costado aparece de una anchura suficiente a recibir tres dedos, rodeada de un rastro de sangre ancho de cuatro dedos, estrechándose en la parte inferior, y larga como de medio pie.

Sobre la seganda cara de este santo Lienzo, que representa la parte posterior del cuerpo de nuestro Salvador, se ve la nuca de la cabeza agujereada por largas y gruesas espinas, tan espesas, que de ellas puede deducirse que la corona estaba hecha en forma de sombrero y no de círculo como las de los príncipes y como la representan los pintores; cuando se la examina con atención, vese la nuca más atormentada que el resto y las espinas más hundidas, con gruesas gotas de sangre conglutinadas con los cabellos, que aparecen completamente ensangrentados; los rastros de sangre bajo la nuca son más gruesos y visibles que los otros, a causa de que los bastones con que golpearon la corona hicieron penetrar las espinas hasta el cerebro, de suerte que, habiendo recibido heridas mortales, fue un milagro que no muriese de los golpes; volvieron a abrirse también por la sacudida de la cruz cuando se la puso en su cavidad, y antes cuando se le hizo caer sobre la cruz para clavarlo en ella; los hombros están completamente desgarrados y molidos a latigazos que se extienden por todas partes. Las gotas de sangre aparecen anchas como gotas de mejorana; en muchos puntos se ven grandes roturas a causa de los golpes que le dieron; hacia la cintura se notan los vestigios de la cadena de hierro que lo ató tan fuertemente a la columna que aparece bañado en sangre; la diversidad de los golpes hace ver que se sirvieron de varias especies de látigos, como varas anudadas de espinas, de cuerdas de hierro, que lo desgarraron tan cruelmente, que, al mirar por debajo de la Sábana, cuando estaba extendida sobre la Holanda o bastidor, veíamos las llagas como si hubiéramos mirado a través de un cristal.

Todas las Hermanas lo contemplaron con suma atención y con un consuelo imposible de expresar, pues veíamos por estos bellos rasgos que en verdad era el más hermoso de los hijos de los hombres, de conformidad con la profecía de David que lo había predicho en uno de sus salmos.

Durante los quince días que esta preciosa Reliquia estuvo en nuestro Convento no tuvimos ocasión propicia de confesarnos para poder acercarnos al Agustísimo Sacramento del altar y recibir al Hijo de Dios, mientra teníamos ante los ojos una parte de él mismo en su imagen pintada con su propia sangre; por fin nos confesamos por turno el lunes y el martes (27 y 28 de Abril), y el miércoles satisfacimos nuestra devoción.

Aquel día debía venir Su Alteza para ver el estado de la Sábana santa; pero, temiendo distraernos, esperó al día siguiente por la mañana (jueves, 30 de Abril), hacia las siete, a fin de dar las órdenes convenientes para envolverla en el tafetán violáceo; hecho esto, nos trajeron tapicerías, además de las que ya teníamos nosotras. Y el viernes (1º de Mayo) se engalanó todo por dentro y por fuera, y luego se determinó que al día siguiente (sábado, 2 de Mayo) se le vendría a buscar (la fiesta se celebraba el 4 de Mayo desde 1506).

Vinieron aquel día los señores obispos de Belley y el Sufragáneo, y muchos otros prelados y eclesiásticos y gentileshombres, los cuales examinaron nuestro trabajo y lo aprobaron; después la elevaron para que la contemplásemos una vez más; en seguida la plegaron sobre el rodillo con un velo de seda roja, y Monseñor vino en procesión, como cuando nos la trajeron, colocándose entre las dos puertas del Convento. Todas las campanas de la ciudad se echaron a vuelo y sonaron las trompetas y demás sinfonías. Entonces, los señores Obispos cubrieron la Sábana santa con tisú de oro y la sacaron mientras nosotras cantábamos el himno Iesus nostra Redemptio. Todas llevábamos cirios encendidos. Con la mayor veneración posible, los señores Obispos la entregaron finalmente a Su Alteza que los esperaba entre las dos puertas.

Fue llevada al Castillo con gran solemnidad y nosotras quedamos pobres huérfanas de Aquél que tan benignamente nos había visitado en su santa imagen."

(Fuente: Modesto Hernández Villaescusa. La Sábana Santa de Turín. Estudio científico-histórico-crítico. Ed: Imprenta de Henrich y Ca. Barcelona, 1903. Págs. 190-196.)

NOTAS:

[1] Una de las más hemosas oraciones católicas que en su versión latina dice:

Confiteor Deo omnipotenti,
beatae Mariae semper Vírgini,
beato Michaeli Archangelo,
beato Ioanni Baptistae,
sanctis apostolis Petro et Paulo,
omnibus Sanctis, et vobis, fratres;
quia peccavi nimis cogitatione, verbo et opere;
mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa.
Ideo precor beatam Mariam semper Virginem,
beatum Michaelem Archangelum,
beatum Ioannem Baptistam,
sanctos apostolos Petrum et Paulum,
omnes Sanctos, et vos, fratres,
orare pro me ad Dominum, Deum nostrum. Amen.

Que traducido es:

Confieso a Dios omnipotente,
a la bienaventurada María siempre virgen,
al bienaventurado Miguel arcángel,
al bienaventurado Juan bautista,
a los santos apóstoles Pedro y Pablo,
a todos los santos, y a vosotros, hermanos;
que he pecado demasiado de pensamiento, palabra y obra;
por mi culpa, por mi culpa, por la mayor de mis culpas.
Por eso ruego a la bienaventurada María siempre virgen,
al bienaventurado Miguel arcángel,
al bienaventurado Juan bautista,
a los santos apóstoles Pedro y Pablo,
a todos los santos, y a vosotros, hermanos,
que recéis por mi al Señor, Dios nuestro. Así sea.

[2] Una de las horas canónicas en que se dividía el día. Maitines corresponde a la medianoche.

[3] Lamentaciones, 1, 12. Podemos traducirlo por: "Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si existe dolor como mi dolor."

 

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