Nueva concesión del premio Favila el Osado
Dado que estamos en Semana Santa, esa época del año en la que este ateo que les habla (bueno, que aporrea el teclado) se dedica a contemplar procesiones penitenciales por las calles de su ciudad, parece que es un momento propicio para reanudar la autoflagelación que supone escribir esta bitácora.
Por otra parte, como muchos de Vds. estarán de vacaciones me permitirán que comience con algo ligerito y deje para próximas entradas el retomar los asuntos pendientes. La verdad, el seguir con la Sábana Santa o las afirmaciones sobre los enigmáticos conocimientos de las civilizaciones antiguas en estas fechas puede resultar más indigesto que una torrija de uralita.
Como era previsible (y ese presagio hasta podría hacerlo Paco Porras sin miedo a equivocarse una vez más) en estos meses no ha cambiado nada. Los medios de comunicación siguen a lo suyo, a ganar dinero, y si en el camino al lucro se le da una patadita en los cataplines a la Historia no tiene mayor importancia (además seguro que la culpa es de la Historia por interponerse). Como de costumbre los candidatos abundan, pero me ha gustado especialmente la barrabasada histórica perpetrada por D. Santiago Río. ¿Y quién es ese buen señor? Pues, casi nadie al aparato, es el Asesor del Gran Maestro de la Gran Logia de España (si después de tan humilde titulación no se han quedado Vds. anodadados por tanta grandeza que deja en pañales a la mismísima Cayetana, Duquesa de Alba, seguro que es porque por sus venas corren unas gotas de sangre jacobina aunque su infancia tenga nada que ver con patios de Sevilla).
Me permito suponer (a fin de cuentas es gratis) que se han quedado Vds. como estaban. Todo lo más habrán pensado en que D. Santiago Río (A.G.M.G.L.E) tiene algo que ver con la Masonería. Si se han atrevido a deducir eso, deben saber que están total y absolutamente acertados. D. Santiago Río ha perpetrado al alimón con D. Jorge Blaschke un libro: La verdadera historia de los masones, quizás el título más falaz desde que Alejandro Dumas escribió Los tres mosqueteros.
No obstante, no es esa obra lo que motiva la concesión de nuestro despreciable galardón (y no porque sea indigna de ello) sino este artículo publicado en la sección Aula de Cultura Virtual (me permito sugerir que cambien ese nombre por el de Haula de Kultura Birtual) de la edición digital del diario El Correo.
Si llegan a tiempo de leerlo (no tengo ni idea de cuánto tiempo se mantienen los artículos accesibles) estarán dudando si el galardonado lo ha sido por aseveraciones del tipo pseudohistórico: "Para intentar explicarlos, parto de dos premisas: la masonería operativa y la masonería especulativa. Por un lado nos encontramos con la masonería operativa, gremio de canteros que, sobre todo, construían catedrales góticas." o del tipo crédulo: "Una de sus premisas es creer en el gran arquitecto del universo, algo que cada cual entiende como considera." Pues no. Lo ha sido en concreto por esta divertida afirmación: "Siempre explicamos que, cuando el presidente de la I República, Manuel Azaña, se inició -de todos es conocida su vasta cultura-, el Venerable Maestro de la logia era un camarero de Madrid."
Si siempre explican esa burrada histórica, más vale que sigan dedicándose a mentar al Gran Arquitecto del Universo, al Diminuto Alarife del Mundo Mundial o cualquier otro ridículo apodo que quieran inventar para el supuesto ente al que los demás llamamos Dios (que es un nombre más corto y nos permite ahorrar saliva aunque reconozco que lo de G.A.U resulta más impresionante y misterioso). No dudamos, por supuesto, de la vasta cultura de D. Manuel Azaña, pero hasta los que tenemos una basta incultura sabemos que D. Manuel no fue nunca presidente de la I República que existió desde el 11 de febrero de 1873 al 29 de diciembre de 1874 (tomamos como fecha de su finalización el pronunciamiento militar que supuso la reintauración monárquica en la persona de Alfonso XII). Los que estudiamos (tampoco mucho, no se crean) la E.G.B. hasta nos sabemos los nombres de sus cuatro presidentes: Figueras (D. Estanislao para sus amigos), Pi y Margall (D. Francisco), Salmerón (D. Nicolás) y Castelar (D. Emilio). Como pueden ver, no aparece por ningún lado D. Manuel Azaña por la sencilla razón de que no nació hasta el 10 de enero de 1880, cinco años y doce días después de que la I República hubiera pasado a la Historia. Como lo del presidente nonato no "cuela", más vale que pasemos página y nos vayamos a la II República que es de la que sí fue presidente D. Manuel sucediendo en el cargo a Alcalá-Zamora (D. Niceto, para los amigos o tal vez para los enemigos, no lo tengo muy claro).
Mal está que D. Santiago Río no diferencie entre la I y la II República pero ¿qué se ha hecho de la venerable figura del corrector de textos, ese encargado de leer las publicaciones para eliminar ése y otros errores? Me queda la duda de si en El Correo han prescindido de ese cargo o han nombrado para él al periodista radiofónico palentino que convirtió a Juan XXIII en Juan equis-equis-uno-uno-uno haciendo dudar a su audiencia de si estaba hablando del difunto Papa o estaba dando los resultados de la quiniela.
En cualquier caso, reciban D. Santiago Río y El Correo digital nuestro galardón con el sincero deseo de que se mejoren y cuanto antes mejor.
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