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Hoy tendrán que disculparme por meterme en terrenos más propios de D. César Coca y su muy recomendable blog Divergencias pero acabo de terminar la lectura de una novela que me ha sorprendido tan gratamente que quiero compartir ese sentimiento con Vds.
No sé si se habrán percatado de que no soy muy aficionado al género fantástico, de ciencia-ficción... no porque odie la literatura temática sino, sencillamente, porque no suelen ser literatura. Un libro puede tener muchas utilidades, desde decorar un estante vacío a nivelar la pata de una mesa pero algunos somos tan raros que pedimos que la ficción sea capaz de emocionarnos y de movernos a la reflexión. No nos basta conque nos haga pasar un rato entretenido y, después, olvidarlo como si nunca lo hubiéramos leído. Queremos que nos provoque algún sentimiento (no necesariamente tiene por qué ser agradable) y que nos haga pensar. Por desgracia, la inmensa mayoría de las novelas (y los cuentos, no los olvidemos) que he leído y que pertenecían a esos géneros sólo me han suscitado el sentimiento del tedio y el pensamiento de cuánto tiempo llevaba el autor sin obrar para haber producido tal descarga de m....
Ese rechazo nada apriorístico no respeta ni siquiera a los considerados grandes. Habrán apreciado que Asimov no es santo de mi devoción como tampoco lo son Arthur C. Clarke, Philip K. Dick, John Ronald Reuel Tolkien, Clive Staples Lewis... e, incluso, autores cuyas primeras obras sí me parecieron excelentes como Orson Scott Card o Frank Patrick Herbert no consiguieron renovar mi estima con sus obra posterior. ¿Y el terror? Pues además de ser lo que siento cada vez que alguien me habla de una novela con elfos y trolls o con androides y robots (y si lo mezclamos todo, es mi particular idea del inexistente infierno), por lo demás la situación es idéntica. Como Edgar Allan Poe, Jan Nepomucen Potocki de Pilawa, Mary Wollstonecraft Godwin... fallecieron cuando el mundo editorial todavía tenía vergüenza (si lo hubieran hecho hoy, se hubieran "encontrado" los manuscritos póstumos de "Los nuevos asesinatos en la rue Morgue", "Más papeles encontrados en Zaragoza" y "El regreso de Frankenstein o el modernísmo Prometeo") no parece probable que aporten nuevas obras al género, tenemos que conformarnos con Stephen King (¡Viva la república!), Peter Francis Straub, Dean R. Koontz (¡no, otra novela más, no!)... y otros incluso peores (y ser peor escritor que el Sr. Koontz tiene mucho mérito pero es posible y si no que se lo pregunten a James Herbert).
Bueno, después de no haber dejado títere con cabeza llega el momento en que los títeres se levantan convertidos en zombis, ya saben, esas "simpáticas" criaturas tomadas del folclore haitiano y convertidas por obra y gracia de George Andrew Romero en la versión gore del vampiro. Sí, ya sé que en las primeras apariciones de los vampiros en la literatura occidental éstos son tan aristocráticos como Belén Esteban hablando de "almóndigas" ya que, entre otras cosas, son necrófagos lo cual no queda demasiado presentable, pero la idea de todos tenemos ahora es la del conde Drácula (que se parecía mucho al gran sir Christopher Frank Carandini Lee) creado por Abraham Stoker, así que reconozco que el encanallarlos un poco no deja de ser una vuelta a sus orígenes, pero no es algo que me guste.
Sabiendo todo eso pueden suponer la cara que puse cuando mi amigo Guillermo me trajo este libro con la recomendación de que lo leyera. Como todavía le debo el favor de haberme dado a conocer la saga de la Canción de hielo y fuego de George Raymond Richard Martin le hice caso aunque el libro tenía todas las posibilidades de gustarme tanto la canción del verano que este año no ha habido (afortunadamente). Máxime cuando vi que su autor, Maximillian Brooks es hijo de su señor padre (acabaría de quedarme calvo si no fuera porque lo soy desde que nací) al que debo alguno de los peores momentos vividos en una sala de cine (sí, es él). Bueno, también es hijo de Anne Bancroft a la que debemos esa maravilla que es 84, Charing Cross Road (sí, tienen razón, la produjo su marido así que no debería meterme mucho con él) así que la admiración por su madre se equilibra con la aversión al cine paterno. Además, los seres humanos no somo caballos de carreras para tener que mirar el pedigree.
Bueno, pues héme aquí ante una novela titulada Guerra mundial Z. Una historia oral de la guerra zombi, escrita por un señor del que no sabía nada y publicado por una editorial (editorial Almuzara) que me resultaba tan conocida como el Sr. Brooks. Por lo demás todo perfecto. Esperaba encontrarme con la habitual dosis de casquería propia del terror serie Z (va sin segundas), con una nueva La noche de los muertos vivientes pero en color y con más vísceras (sí, tienen razón, acabo de describir No profanar el sueño de los muertos). Lo que no esperaba es una novela ambiciosa y bien construida.
La guerra zombi ha terminado con la victoria de la humanidad. Las Naciones Unidas redactaron una historia oficial de la guerra, pero sienten que se ha perdido el calor humano. Para remediarlo una persona recibe el encargo de recoger los testimonios de los supervivientes que aporten esos rasgos. Su supuesto informe es Guerra mundial zombi. Estamos pues ante la equivalencia literaria del Puntillismo. Tenemos una serie de relatos que, cada uno por sí mismo, no dice gran cosa. Sólo la unión de todos ellos cobra sentido. Esto ya es una decisión arriesgada del escritor porque si está bien hecha la novela es magnífica, pero el menor error la convierte en algo deslavazado, incapaz de atraer la atención del lector. El Sr. Brooks la conduce por buen camino evitando las dificultades y los tópicos al uso.
La estructura, no obstante es clásica, planteamiento, nudo y desenlace. Asistimos al comienzo de la epidemia en China, los intentos de ocultamiento que sólo consiguen empeorar la situación, la extensión del problema hasta el punto que la humanidad está a punto de desaparecer y entonces llega el plan Redeker desde Sudáfrica, uno de los grandes aciertos de la novela. Creado por Paul Redeker en la Sudáfrica de la supremacía blanca para garantizar la supervivencia de la clase dirigente en caso de un revuelta generalizada de la población negra, será adaptado a la nueva situación. Gracias a Paul Redeker la humanidad vence la amenaza zombi pero después de aplicar el plan Redeker ¿es humana la humanidad? Como verán esto tiene poco que ver con una historia de terror convencional porque entramos de lleno en cuestiones éticas y políticas. ¿Se acuerdan del muchacho de La carretera de Cormac McCarthy preguntando a su padre si ellos son los buenos? Al final, como aquel niño, acabamos preguntándonos si nosotros somos los buenos.
los zombis están allí como una amenaza omnipresente, pero la humanidad post Redeker no es un modelo de simpatía. La depresión, la locura y el suicidio acechan a esos hombres obligados a hacer cosas terribles para sobrevivir, comenzando por el trágico destino del propio Paul Redeker incapaz de soportar el peso de la culpa y terminando por los soldados "victoriosos", héroes y heroínas cansados que lloran por los compañeros caídos y por sí mismos. Victoria al fin y al cabo pero tan trágica que nos preguntamos si estamos ante una victoria pírrica, si en su empeño por sobrevivir la humanidad no se ha convertido en algo peor que los propios zombis.
Preguntas que cada uno debe responderse porque el Sr. Brooks no lo hace. Al contrario, la estructura de la novela como un conjunto de supuestas declaraciones de testigos presenciales deja inmensas lagunas en la narración que el lector debe rellenar con su propia imaginación, como también debe poner nombre a los personajes en los casos en los que, obviamente, están basados en personas reales como el presidente de Sudáfrica o el presidente negro (no, no es él) y el vicepresidente blanco de los EEUU.
En fin, una novela más que digna que no es literatura de altísima calidad (ni afortunadamente lo pretende) y que en su sencillez aparente que no real me parece mucho más digna de ser leída que los tochos infumables tipo "La reina que se quemó los piercings con un bidón de gasolina porque los hombre no la amaban" o algo así.
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