Blogia
Escritos desde el páramo

Decimocuarto misterio jocoso: Templarios destemplados (V)

Viene de aquí
Requiem aeternam dona eis, Domine,
et lux perpetua luceat eis.
Aunque sin ninguna gana, debemos proseguir nuestro trabajo pese a que la cabeza y el corazón estén en Londres y no aquí.
"No en vano el miedo del rey a que los caballeros estuvieran atisbando la creación de un Estado soberano, bajo los postulados de la Orden, le fue refrendado por el enorme volumen de oro y plata que portaban sus ahora enemigos, unido a la maestría que mostraban en el arte de las armas, consecuencia de años de muerte y supervivencia en el campo de batalla." (Págs. 235-236)
En realidad, tal temor no existía como tampoco la pretensión templaria de constituirse en estado soberano (¿Los Templarios Unidos de Europa?) Las razones para la caída del Temple fueron, como acabamos de ver, económicas. Antes de destruir la Orden como única forma de apoderarse "legalmente" de su tesoro, Felipe IV intentó otras soluciones tanto para conseguir el dinero que precisaba como para "mangonear" al Temple. Si hubiera tenido la menor sospecha de que los Templarios eran una amenaza para el reino, su actitud hubiera sido distinta, habría actuado contra la Orden directamente y desde un primer momento. Sin embargo, antes de proceder al arresto de todos los Templarios franceses, Felipe IV había expropiado a los banqueros lombardos y a los judíos franceses, y había conseguido del Papa el permiso para imponer un diezmo a los ingresos eclesiásticos como contribución de la Iglesia para financiar una Cruzada contra... Aragón (no, no es que los aragoneses se hubieran convertido en masa al islamismo sino que estaban enfrentados al Papado por la cuestión siciliana). Sólo cuando comprobó que nada de esto fue suficiente y que la situación social era insostenible, fue cuando actuó contra el Temple no sin antes realizar un intento (que luego veremos) de convertirse en el máximo dirigente de la Orden.
Además, en esos momentos el poder militar de la orden no tenía nada de preocupante para el monarca francés. Occidente siempre había sido (salvo en los reinos de España) una zona de retaguardia. En ella se reclutaba a los caballeros y a los sargentos y, por supuesto, en sus encomiendas se generaba la riqueza que sostenía económicamente a las fuerzas de combate en Palestina.
Con la caída de San Juan de Acre (1291) la situación no varió. La Casa Central se trasladó a Chipre (el tesoro se transfirió a Francia por una mera cuestión de seguridad) y desde allí se producían las ofensivas templarias como el ataque a Tortosa en 1300 o el establecimiento de una guarnición en la isla de Ruad que resistió hasta 1302.
Ni siquiera esas tropas tenían nada que ver con las de antaño. Cuando la detención de los Templarios se extendió desde Francia hasta el resto de Europa, en Chipre sólo había 83 caballeros y 35 sargentos [1] (Pág.277) una fuerza terrible que, sin duda, le quitaba el sueño a Felipe IV.
"Los intentos por erradicar esta soberbia no sirvieron de mucho. Baste recordar que el pontífice Nicolás IV intentó devolverles a su primigenia humildad uniéndoles a la otra gran Orden, los Hospitalarios de San Juan, a pesar de conocer las fricciones que existían entre ambos, y su fracaso fue más que evidente." (Pág. 236)
Por supuesto que fracasó, pero no por la soberbia de los Templarios y tampoco por las muy exageradas diferencias que mantenían con los Hospitalarios. Vamos primero con esta última cuestión:
Templarios y Hospitalarios competían en atraer para sí soldados, recursos económicos... además del prurito por destacarse el campo de batalla, pero siempre tuvieron presente que su objetivo era el mismo, como también el que no había nada más parecido a un Templario que un Hospitalario (y viceversa). No es sólo que combatieran, mataran y murieran juntos en numerosas batallas (por ejemplo, después del desastre de los Cuernos de Hattin, Templarios y Hospitalarios -y sólo ellos- fueron decapitados por orden de Saladino que no sólo asistió a la ejecución dando muestras de gran alegría sino que recompensó generosamente a los verdugos en una escena que Ridley Scott olvidó incluir en "El reino de los cielos") sino que también la Regla del Temple en el apartado de Los Estatutos Jerárquicos dice:
"y tampoco deberían ir al alojamiento de un seglar o persona de religión sin permiso, a menos que estén acampados cuerda a cuerda con el Hospital." [2] (Pág. 74)
"Y si ocurre que los cristianos son derrotados, de lo que les salve Dios, mientras quede un estandarte picazo en alto ningún hermano debería dejar el campo de batalla para volver a la guarnición; pues si se va será expulsado de la casa para siempre. Y si ve que ya no queda ningún otro recurso, debería ir al estandarte cristiano o del Hospital más próximo si hay uno..." [2] (Pág. 80)
Por otra parte, el proyecto papal de unión de las órdenes militares ocultaba el propósito de Felipe IV de ponerlas bajo su control. La propuesta (que por supuesto fue rechazada) consistía en fusionarlas bajo la denominación de Orden de la Caballería de Jerusalén. Seguidamente, Felipe IV renunciaría al trono francés y sería nombrado primer maestre de los nuevos caballeros. El liderazgo sería hereditario. [3] (Pág. 304) La propuesta era un auténtico disparate por múltiples razones. Veamos tres de ellas:
1- Este repentino interés por iniciar una nueva Cruzada por parte de un monarca que siempre se había negado a tomar la cruz era, por lo menos, muy sospechoso. La nueva Orden acumularía las posesiones de todas ellas lo que suponía una inmensa fortuna cuyo manejo era, muy posiblemente, lo que realmente interesaba a Felipe IV.
2- El nuevo maestre que, supuestamente, debía conducir una nueva Cruzada no tenía ni puñetera idea de la situación en Palestina. Por tanto, el que esa expedición acabase en un desastre total era previsible.
3- Los restantes monarcas europeos (y gran parte de la nobleza) que tenían buenos motivos para acordarse a diario de la familia de Felipe IV (con especial énfasis en la profesión de su señora madre) pondrían el grito en el cielo si se enteraban de que su querido enemigo era el nuevo "mandamás" de una Orden que tenía efectivos en su propio territorio. La amenaza de que pudiera convertirlos en una "quinta columna" al servicio de Francia podría conducir a medidas como la expulsión y, por tanto, a su debilitamiento en lugar de su fortalecimiento.
Con toda razón, los Templarios se negaron a esa chorrada y eso, por supuesto, les costó su propia existencia.
"De este modo la única solución que quedaba era desprestigiar a los monjes, conferirles una imagen más cercana a lo demoníaco que a defensores del dogma cristiano. Para apoyar tales aseveraciones surgió la figura de un ex convicto de nombre Esquino Floriano, que haciendo honor a su nombre se apresuró a lanzar coces a diestro y siniestro, acusando a los templarios de sodomía, de adorar ídolos profanos, de llevar a cabo rituales diabólicos, de escupir y pisar la Santa Cruz..." (Págs. 236-237)
D. Lorenzo está que se sale. Por de pronto, no termino de pillar qué tiene que ver el nombre de Esquieu de Floyran con "lanzar coces a diestro y siniestro". Tampoco es que importe porque el nombre no es algo que influya realmente en esa capacidad de coceo. ¿Verdad, D. Lorenzo? Claro que puesto a no entender, tampoco es que comprenda demasiado bien qué son unos "ídolos profanos". ¿Se referirá, por ventura, a Alejandro Sanz, Raúl, Fernando Alonso...? Porque para el que cree realmente en un ídolo (de los otros), éste no tiene nada de profano sino que es sagrado.
"No tardaron en llegar a oídos del Gran Maestre Jacques de Molay las gravísimas acusaciones que se vertían sobre él y los suyos, y de regreso a Francia, después de permanecer en Palestina por espacio de meses intentando contener los escarceos de las hordas musulmanas..." (Pág. 237)
Pues no, Jacques de Molay donde había estado era en Chipre preparando una nueva Cruzada. Por cierto, ¿"escarceos de las hordas musulmanas"? Creo que hubiera sido mejor usar otra palabra que, por aquello de los diversos significados posibles, no diera pie a pensar que "las hordas musulmanas" eran una panda de "locas" de cuidado. Más que nada, porque considerando que una de las razones aducidas para el arresto de los Templarios fue que cometían actos contra natura (no, no se referían a que levitaran, practicaran la bilocación...) no sea que alguien vaya a creer que las Cruzadas eran algo así como el Día del Orgullo Gay.
"Jacques de Molay y su séquito fueron arrestados días más tarde cuando pacíficamente salía del funeral de la condesa de Valois, ante el estupor de la muchedumbre allí reunida." (Pág. 237)
Además de apuntar que resulta de agradecer que D. Lorenzo señale que Jacques de Molay salió "pacíficamente" del funeral de Catherine, esposa de Carlos de Valois, hermano de Felipe IV, porque si no fuera por tan sabia precisión podríamos pensar que salió repartiendo estocadas a los presentes, el Gran Maestre no fue detenido en ese momento sino, como todos los demás templarios franceses, en la madrugada siguiente. Más que nada, porque hubiera resultado un poco "jodido" arrestar a Jacques de Molay en un sitio público sin que el secreto de la operación se fuera al garete.
"Era el momento de huir. Los freires franceses sabían que en países como España, Portugal, Alemania o las islas británicas los juicios y los infundios lanzados contra sus compañeros se desestimaron, mientras que en Francia decenas de ellos estaban siendo quemados vivos antes de que las sentencias fueran dictadas." (Pág. 240)
Más le hubiera gustado a los templarios franceses que poder huir. Todos fueron detenidos (excepto un pequeño número de entre 12 y 24 miembros de las Orden que se libraron por diversos motivos, desde los que habían "desertado" del Temple en los días anteriores al arresto por motivos particulares, a los que pudieron huir al darse cuenta de lo que estaba pasado. De ellos, varios fueron detenidos en los días siguientes. El único "pez gordo" que se libró de la redada fue Gérard de Villiers, preceptor de Francia, porque Imbert Blanke, preceptor de Auvernia, se "dio el pire" a Inglaterra sólo para ser allí arrestado). Los detenidos, en contra de las reiteradas peticiones del Papa que solicitaba fueran puestos bajo su custodia, permanecieron prisioneros de la corona francesa hasta que se iniciaron los juicios. La inmensa mayoría de los templarios había confesado su participación en alguno o en todos los delitos de los que se les acusaba (básicamente, homosexualidad, idolatría y herejía) gracias a unos "agradables" métodos de interrogatorio como la estrapada (después de eso, hubieran confesado que fueron ellos lo que mataron a Abel). Por tanto, en los juicios tenían dos posibilidades. La primera era ratificar la confesión en cuyo caso eran considerados culpables pero como reconciliados podían desde ser puestos en libertad (en especial si habían colaborado con lo que Felipe IV esperaba, es decir, que sus declaraciones inculpasen gravemente a la Orden) hasta sufrir penas de prisión más o menos graves. La segunda era retractarse de la confesión con lo que pasaban a ser considerados herejes relapsos lo que equivalía a la muerte inmediata en la hoguera. Obviamente, después de la primera quema de cincuenta y cuatro templarios que se retractaron de sus primeras confesiones en el Concilio Provincial de Sens (en el que se les estaba juzgando) el 12 de mayo de 1310, casi todos ratificaron sus confesiones. Así que los que quedaban en libertad era porque habían confesado conocer que en la Orden del Temple se incitaba a la sodomía, a la herejía y a la idolatría. ¿Para qué iban a querer reunirse con los Templarios de otros países que, no habiendo sido sometidos a tortura, negaban tales acusaciones? ¿Qué se supone, que iban a recibirlos con los brazos abiertos? Por no hablar, de que los miembros de la Orden en otro países también tenían problemas porque las detenciones se generalizaron cuando se supo lo que estaban confesando los Templarios franceses.
"El horrendo plan del rey se consumó con el juicio público de Jacques de Molay, maestre de la Orden; Geoffrey de Charney, Preceptor de Normandía: Geoffrey de Goneville, Preceptor de Aquitania; y Hugues de Peraud, Visitador de Francia, el 18 de mayo de 1314.
Los condenados, atisbando que la muerte les rondaba cercana, tras sufrir los avatares de años de prisión encomendaron su alma al Creador. Jacques de Molay, hombre recto y de duras facciones, dio un paso y con voz firme se dirigió a la muchedumbre:
"Mi pena es la de haber mentido y negado mis creencias por intentar salvar la vida, incurriendo con ello en traición para con mis hermanos y para con la Sagrada Orden del Temple. Que se sepa que somos inocentes de aquello que nos imputan, y que antes de doce meses cumplidos esos mismos que se atreven a juzgarnos serán víctima de su propia codicia"." (Pág. 240)
Que se sepa que D. Lorenzo sigue con su mal hábito de poner en boca ajena sus propios discursos y, también, con la pésima costumbre de no contrastar lo que dice. Por de pronto, esos sucesos no acontecieron el 18 de mayo de 1314 sino el 18 de marzo de 1314. Por otra parte, las palabras que le atribuye a Jacques de Molay son un invento suyo. Las palabras que, supuestamente, pronunció Jacques de Molay (y cuando estaban a punto de ejecutarlo y no durante el juicio) fueron:
"Yo, que estoy en el último conflicto, cuando es cosa depravada dar lugar a la más leve mentira, deliberada, y ciertamente confieso que yo he cometido una grave maldad contra mí y los míos, y que he merecido la pena de muerte con horroroso castigo, porque he levantado contra mi Orden, tan apreciable por la Católica Religión que profesaba, a contemplación de aquellos, que no era razón, y por conservar la vida , y escapar de los tormentos crueles, delitos, y maldades, y ahora no necesito se me conceda la vida, ni retenerla con una nueva mentira sobre lo antecedente." [4] (Pág. 97)
El discurso que supuestamente (los cronistas de la época tenían la misma costumbre de D. Lorenzo de inventarse las palabras aunque el sentido sí sería ése) pronunció en el juicio fue:
"Como quiera que al fin de la vida, no sea tiempo de morir sin provecho, yo niego y juro por todo lo que puedo jurar, que es falso todo lo que antes de ahora se ha acriminado contra los Templarios, y lo que de presente se ha referido en la sentencia dada contra mí, porque aquella Orden es santa, justa y Católica. Yo soy el que merezco la muerte por haber levantado falso testimonio a mi Orden, la cual antes ha servido y sido muy provechosa a la religión Cristiana, e imputándoles estos delitos y maldades contra toda verdad a persuasión del Papa y el Rey de Francia; lo que ojalá, yo no hubiera hecho. Sólo me resta rogar, como ruego a Dios, si mis maldades dan lugar, me perdone; y juntamente suplico que el castigo y tormento sea más grave, si por ventura por este medio se aplacase la ira divina contra mí, y pudiese mover con mi paciencia a los hombres a misericordia. La vida ni la quiero ni la he menester, principalmente con tan grave maldad como me convidan a que cometa de nuevo. ¡Ay! ¿De qué me serviría prolongar días tan tristes que no serían debidos sino a la calumnia?
Yo sé los suplicios que han afligido a todos los Caballeros que han tenido valor para revocar las falsas confesiones; no obstante el espectáculo terrible que se me presenta no es capaz de hacerme confirmar la primera mentira por una segunda. A una condición tan infame, yo renuncio de buen corazón a la vida." [5] (Tomo IV, Págs. 161-162)
Prosigue D. Lorenzo:
"Minutos después los cuatro soldados, con porte marcial y orgullosa, la que durante dos siglos mitificó a los miembros de la Orden de los Caballeros Pobres del Templo de Salomón, fueron conducidos a la hoguera en la Isla de los Judíos, en el corazón del Sena." (Pág. 240)
Evidentemente, el Sr. Fernández Bueno no se entera ni de que "porte" tiene género masculino ni de lo que realmente sucedió en París. Volvamos hacia atrás para contar toda la historia. La Orden del Temple ya no existía porque había sido disuelta por la bula Vox in excelso el 22 de marzo de 1312:
"abolimos la ya citada Orden del Temple y su constitución, hábito y nombre por un decreto irrevocable y perpetuo y la sometemos a un veto perpetuo con la aprobación del santo Concilio, prohibiendo taxativamente a nadie que intente entrar en el futuro en la Orden, o recibir o llevar su hábito, o actuar como templario. Si alguien actua contra esta disposición, incurrirá en la pena de excomunión ipso facto." [6] (Pág. 334)
La opinión pública francesa que primero había recibido con sorpresa la noticia de la detención de los Templarios y con indignación las "confesiones" realizadas estaba, no obstante, cambiando de parecer tanto al conocer las ejecuciones ya mencionadas como el "cachondeo" que se traían en los restantes países europeos a costa de la actuación de Felipe IV al que acusaban, directamente, de ladrón y del Papa Clemente V al que tildaban de marioneta del monarca francés. El "lío" que se organizó a continuación por la sucesión de los derechos de propiedad de las encomiendas templarias no contribuyó a apaciguar los ánimos. Es sabido que el Papa (por una vez contra el parecer de Felipe IV que quería dotar con ellas a una nueva Orden militar) por la bula Ad providam del 2 de mayo de 1312 otorgó esos bienes en Francia a la Orden de los Hospitalarios y por la Considerantes dudum del 6 de mayo de 1312 dispuso que los ex-templarios considerados inocentes o los culpables reconciliados debían ingresar en las órdenes monásticas que libremente eligieran porque los votos realizados por ellos seguían siendo válidos. Con ello, el problema de los Templarios hubiera debido quedar resuelto, pero quedaban flecos.
El primero es que, evidentemente, los monarcas europeos no tenían el menor deseo de desprenderse de las cuantiosas propiedades de la Orden (el proceso se alargaría a lo largo de los años e incluso Felipe IV llegó a la desfachatez de hacerse pagar por los Hospitalarios la cantidad de 200.000 libras tornesas como compensación por la supuesta pérdida del tesoro real depositado en el Temple parisino) y la Corona francesa bajo Felipe IV y sus sucesores obtuvo, además, 60.000 libras por los gastos que les había ocasionado los juicios a los Templarios además de quedarse con 2/3 de las rentas producidas por las encomiendas desde su expropiación hasta la cesión a los Hospitalarios, el perdón de las deudas que tuviera Francia con el Temple y la propiedad de las encomiendas de las que ya hubiera dispuesto libre e ilegalmente la Corona. Aunque parte de estos hechos sucedieron ya después de marzo de 1314, el escándalo fue considerable.
El segundo problema es que los cuatro principales dirigentes del Temple capturados en Francia, Jacques de Molay, Hugues de Pairaud, Geoffroi de Gonneville y Geoffroi de Charney no habían sido juzgados. Para solucionarlo se convocó el Concilio de París. Los acusados comparecieron el 18 de marzo de 1314 en la catedral parisina. Como habían confesado, se les condenó a cadena perpetua. Con ello, la escenificación del paripé que había organizado Felipe IV con la complicidad del papa Clemente V estaba satisfecha. Las dudas que hubieran podido quedar sobre la justicia del proceso contra el Temple debían olvidarse. ¿Que los Templarios de Castilla, Aragón, Portugal, Alemania... habían sido absueltos por los Concilios de Salamanca, Tarragona, Orense, Trier...? Ellos podían ser inocentes, pero si los máximos dirigentes del Temple en Francia (y el Gran Maestre) confesaban era porque la corrupción es ese reino era auténtica. Todo ese montaje se les vino abajo porque dos de los acusados, Jacques de Molay y Goffroi de Charney se retractaron públicamente de sus confesiones mientras Hugues de Pairaud y Geoffroi de Gonneville permanecieron en silencio. Por tanto, los dos relapsos (para la justicia de la época, claro) fueron entregados al preboste de París mientras el Concilio deliberaba qué hacer con ellos. Cuando Felipe IV se enteró ordenó que fueran inmediatamente quemados lo que se cumplió en la tarde de ese mismo día. Ambos murieron proclamando la inocencia del Temple y su cristianismo. Los otros dos acusados, Hugues de Pairaud y Geoffroi de Gonneville, no tuvieron ocasión de demostrar "su porte marcial y orgullosa" porque fueron conducidos a prisión donde murieron.
Fue el fin del Temple, pero no el de las afirmaciones esotéricas. Si hasta el momento estábamos pasando un buen rato gracias a las chorradas afirmadas por el Sr. Fernández Bueno, eso no es más que el principio. Nos espera el tesoro del Temple que se encuentra en una isla canadiense... ¡Ay, Dios!
NOTAS:
[1] Véase Los Templarios y el origen de la banca. Ignacio de la Torre Muñoz de Morales. Ed. Editorial Dilema. Madrid, 2004.
[2] Citado en El código Templario. J. M. Upton-Ward. Trad. Albert Solé. Ed. Martínez Roca S.A. Barcelona, 2000.
[3] Véase Templarios. La nueva caballería. Malcolm Barber. Trad. Albert Solé. Ed. Martínez Roca S.A. Barcelona, 2001.
[4] Citado en Dissertaciones históricas del orden y cavallería de los Templarios. Pedro Rodríguez Campomanes. Ed. Oficina de Antonio Pérez de Soto. Madrid, 1747. (Me he permitido actualizar la ortografía del original para que sea más fácilmente comprensible)
[5] Citado en Historia General de los Caballeros del Temple. Mateo Bruguera. Ed. Editorial Alcántara S. L. Madrid, 2000.
[6] Citado en El juicio de los Templarios. Malcolm Barber. Trad. Teresa Garín Sanz de Bremond. Ed. Complutense S. A. Madrid, 1999.
-Continuará-

0 comentarios