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Escritos desde el páramo

Decimotercer misterio jocoso: Heterodoxos de verdad (X)

Viene de aquí
12 de abril de 1229, festividad de Jueves Santo. En Notre-Dame, en París, Raimundo VII hace pública penitencia. Descalzo y vestido sólo con calzón y camisa, confiesa sus errores pasados. Entre los asistentes están los vencedores, Luis IX de Francia, su madre, Blanca de Castilla, el cardenal de Sant´Angelo, el obispo de Toulouse Fulko de Marsella... Después recibe la absolución y se levanta su excomunión.
Por una vez, parece que se va a cumplir lo "pactado" en Meaux... pero es mera apariencia.
Por ejemplo, en 1229 se crea la Universidad tolosana. En un primer momento tiene cierto éxito porque acuden profesores y estudiantes de la de París que llevaban semanas en huelga (conflicto que se prolongó hasta 1231. Eso es una huelga y no las de ahora...) Pero, cuando el paro termine dos años después, los maestros (y con ellos sus discípulos) regresan a París "a toda leche" por la sencilla razón de que Raimundo había "olvidado" abonarles la primera paga (y la segunda y la tercera y...)
En 1229 se reúne en Toulouse el Concilio provincial que debía organizar la represión contra los herejes. Entre los asistentes se encuentran el conde y los cónsules tolosanos. Se acuerda que la persecución se efectuará tanto contra los Perfectos como contra los meros creyentes (es decir, los que aún no habían recibido el Consolament). Para detectar a los sospechosos los sacerdotes deberán llevar el registro de sus fieles y controlar quiénes comulgan menos de tres veces al año. Además se instituye la delación sistemática. Los hombres de más de catorce años y las mujeres de más de doce están obligados a prestar juramento de que denunciarán a los herejes. Los que muestren poco interés en hacerlo serán, ellos también, objeto de persecución.
Además, en cada parroquia se debe formar una comisión de investigación que buscará a los herejes casa por casa, sin olvidarse de posibles escondrijos en los bosques. Si se encuentran, deben ser destruidos y los cátaros detenidos serán entregados al obispo o la persona en quién éste delegue.
Los castigos van desde la prohibición de ostentar magistraturas, ejercer la medicina (según parece, algunos Perfectos aprovechaban el ser médicos para obligar a los pacientes a recibir el Consolament), expulsión de su lugar de residencia, destrucción de su morada, llevar un signo distintivo en la ropa (dos cruces de distinto color) hasta, si no se entregaban voluntariamente, penas de cárcel. Para los Perfectos, diáconos y obispos si no existía abjuración, la hoguera.
Este Concilio también nos informa de que no todos los nobles siguieron el ejemplo de Raimundo. Se califica de "violadores de la paz" a varios señores (entre ellos diversos castellanos de Les Corbières) a los que ponen fuera de la ley y condenan a todos aquéllos que los ayuden. Evidentemente, la resistencia continuaba en las comarcas de más difícil acceso.
Todo esto sobre el papel, porque en la realidad la persecución contra los cátaros encontró dificultades hasta en los dominios del conde. La razón es el apoyo popular que hacía que Raimundo se encontrara de continuo "encendiendo una vela a Dios y otra al diablo" arte en el que era un consumado maestro y eso que, al contrario que su padre, no sentía por ellos la menor simpatía.
El obispo Fulko falleció el 25 de diciembre de 1231 y fue sustituido por el dominico occitano Raymond du Falga que, si me permiten el juicio personal, era una mala bestia. En un primer momento, no obstante, parece que obtuvo la colaboración de su homónimo, el conde de Toulouse. En 1232 capturó con su ayuda a diecimueve Perfectos en la región de La Montaña Negra, en 1233 el obispo cátaro de Agen fue quemado en la capital tolosana, en esa misma época fueron capturados cuatro herejes cerca de Montségur y ejecutados como contumaces (es decir, que no abjuraron de sus creencias) con la plena aquiescencia de Raimundo...
Sin embargo, ni siquiera eso le parecía suficiente a Gregorio IX que sabe que el poder político secular (en este caso, el conde de Toulouse) se muestra colaborador u obstruccionista según sus propios intereses y eso provocaba que los obispos hicieran seguidismo de sus vaivanes. Falta así la necesaria (necesaria para Gregorio IX, claro) constancia en la represión, así que "toma el rábano por las hojas" y, alegando que los obispos tienen otras preocupaciones más acuciantes, pone la lucha contra la herejía en manos de tribunales especializados. Acaba de nacer una institución que, a la larga, empañaría el nombre de la Iglesia con toda clase de horrores, la Inquisición.
El anuncio tuvo lugar en 1233. La tarea recae en los Dominicos y son los provinciales de esta orden los que deben nombrar a los Inquisidores. Curiosamente, el Inquisidor para Francia (es decir, para el norte de Francia) era un ex-Perfecto, Robert le Bougre ("no hay peor cuña que la de la misma madera" debió pensar alguien), mientras que en el Languedoc para la diócesis de Albi fue designado Arnaud Cathala, y para Cahors y Toulouse, Pierre de Seila y el jurista Guillaume Arnaud.
Sin embargo, su trabajo no fue fácil. En Castelnaudary no habla "ni Dios" (con perdón) con los Inquisidores y en Albi, en 1234, Arnaud está a punto de ser conducido a una carnicería y degollado cuando quiso desenterrar a una hereje condenada póstumamente. En 1235, en Narbona, una multitud enfurecida atacó el convento de los Dominicos, quemó los legajos referidos a procesos inquisitoriales y expulsó a la comunidad de religiosos.
En Toulouse, el intento de ejecutar a un tal Jean Tisseyre degeneró en motín cuando el acusado proclamó su inocencia (sin embargo, conducido de nuevo a prisión recibió el Consolament de un Perfecto detenido y esta vez no le salvó "ni Dios" de la pira). También hubo bronca en 1235 cuando el obispo Raymond du Falga fue confundido por una moribunda con el obispo cátaro (digamos que du Falga no hizo nada para desengañarla y sí todo lo contrario). La confesión de la enferma hizo que el obispo ordenara, de inmediato, su ejecución que se cumplió al instante entre la indignación de los tolosanos. Los cónsules canalizaron ese sentimiento en forma de lo que hoy llamaríamos "boicot". Nadie vendió alimentos a du falga y éste tuvo que abandonar la ciudad.
En Carcassonne, en 1235, Guillaume Arnaud inicia diligencias contra cinco cónsules de la ciudad. Éstos se presentan a la puerta del convento acompañados de una multitud y expulsan a toda la comunidad de Dominicos. Raimundo VII tuvo que recibir "un toquecito" del papa recordándole lo que se había comprometido en Meaux y en el Concilio de Toulouse, a perseguir la herejía.
En 1236 uno y otros regresarán a las ciudades y pronto obtendrán un gran éxito en Toulouse cuando el Perfecto Raymond Gros "cante" hasta "La Traviata" (lo que no deja de ser curioso porque faltan unos cuantos siglos para que nazca un tal Verdi) provocando una cascada de detenciones y quemas de cadáveres (ni los muertos se libraban de la persecución inquisitorial y como éstos ya no podían abjurar...)
Sin embargo, desde 1237 la Inquisición entra "en punto muerto" hasta el punto de que el 13 de mayo de 1238 Gregorio IX ordena paralizar sus actividades durante tres meses, pero "olvida" ordenar su reanudación durante tres años, concretamente hasta su fallecimiento. No es que el papado, de pronto, sintiera escrúpulos de conciencia ni nada parecido. Sencillamente, Gregorio IX estaba haciendo lo mismo que reprochaba a Raimundo VII, condicionar la persecución de la herejía a sus intereses políticos.
En 1237, el monarca inglés Enrique III se acuerda de que los territorios franceses de Normandía, Anjou y Poitou habían pertenecido a su corona y piensa en su reconquista. Por supuesto piensa en el conde de Toulouse como un posible aliado contra Luis IX.
Por su parte, el emperador Federico II sueña con una expansión por Italia de sus posesiones en Sicilia. En 1237 en la batalla de Cortenuova derrota a la Liga Lombarda, aliada del papa. Roma está amenazada y Raimundo VII...
Éste, desde 1234, está solicitando al papa diversos favores. La devolución del título (y los feudos anexos) de marqués de Provenza que por el tratado de Meaux habían pasado a la Iglesia. También pide la anulación de su matrimonio con Sancha de Aragón porque quiere casarse con una hija del conde de Provenza. No piensen en el amor porque eso no importaba. Sencillamente Raimundo quiere "matar dos pájaros de un tiro". El primero es asegurarse descendencia porque el matrimonio de su hija Jeanne con Alphonse de Poitiers (hermano de Luis IX) acordado en Meaux no tenía hijos y, si eso seguía así, el condado de Toulouse acabaría en poder de la Corona gala. El segundo es consolidar sus dominios en la margen izquierda del Ródano. Además, también quería que su padre, Raimundo VI fuera enterrado en tierra sagrada (algo que no podía ser porque murió, como ya dijimos, excomulgado).
Con la nueva situación internacional, Raimundo VII (que de tonto no tenía ni medio pelo) comienza a jugar con dos barajas. Negocia con el papa y obtiene la paralización de la actividad inquisitorial que era de los más impopular. Gana así tranquilidad interna. Por otra parte, se acerca al emperador para forzar a Gregorio IX a acceder a sus peticiones. Sin embargo, en 1241 debió creer que ya era cosa hecha porque ordena a sus vasallos que tomen partido por el papa en su querella contra Federico II. Sin embargo, el 22 de agosto, Gregorio IX fallece y su sucesión es muy complicada. No obstante, y aprovechando que tanto el rey de Francia como el papa estaban ocupados con otros problemas, aprovechó para reconstruir las fortificaciones de las ciudades en la frontera con el antiguo vizcondado de Carcassonne.
La razón para ello es que el conde de Toulouse no es el único que aprovecha el "follón" internacional para mover ficha. En abril de 1240 Raimundo Trencavel regresa a su feudo tradicional al frente de un ejército de faidits. Los castellanos de Minerve, La Montaña Negra y Les Corbíères se unen a su causa. En Carcassonne la población toma partido por él (lo demostraron pasando a cuchillo a treinta y tres sacerdotes) pero la guarnición que se ha hecho fuerte en la cité fortificada resiste el asedio. Raimundo VII permanece neutral. No ayuda a Raimundo Trencavel pero tampoco a los sitiados. Sin embargo, cuando un ejército francés se aproxima a Carcassonne interviene para lograr que Raimundo Trencavel pueda huir.
No es que de pronto Raimundo VII sintiera una inmensa preocupación por el bienestar de la dinastía rival sino que, tal vez, estuviera ya diseñando un plan que precisaba de todas las lealtades que pudiera conseguir.
El monarca inglés, Enrique III, estaba dispuesto a enfrentarse a Luis IX por sus antiguas posesiones en el continente. Cuenta con la colaboración de Raimundo VII y éste, a su vez, con la ayuda de Jaime I "el Conquistador" de Aragón que no había olvidado la muerte de su padre Pedro II en Muret. También con el apoyo del conde de Provenza y de sus vasallo en el Languedoc. La colaboración de los nobles del antiguo vizcondado de Carcassonne era, pues, algo muy interesante. Para que no faltara nadie, en la coalición antifrancesa también aparece Federico II, éste, aparte de para vengar viejas derrotas de los emperadores alemanes, porque los Capeto y el papado eran aliados y el amigo de tu enemigo...
Si todo esto se estaba preparando en las comarcas en las que Raimundo VII mantenía un mayor o menor control, la situación era aún peor (para los intereses de la Iglesia) en aquéllos en los que el conde no pintaba nada. En Roquefort las mujeres de la población la emprendieron a pedradas y palos con un sargento que intentó detener a dos Perfectas y, en otra ocasión, ocultaron una ceremonia de Consolament por el expeditivo procedimiento de apedrear la casa del cura con lo que éste no pudo salir de ella hasta que concluyó. Obviamente, los móviles todavía no se habían inventado así que los cátaros pudieron ir y venir sin que nadie les molestara.
También existen noticias de algunos caballeros cátaros como Bernard de Quiriès, de Le Mas, que hacían más o menos lo que les daba la real gana como mear en la tonsura de un acólito para injuriar a los católicos o robar los caballos del prior de Le Mas amenazando con matar a cualquier monje que intentara impedírselo. Otra "buena pieza" fue Bernard Oth que desde 1232 la emprendió con el arzobispo de Narbonne. Robó su ganado, quemó sus edificios y atacó a sus hombres lo que no le impidió, más adelante, intentar llegar a un acuerdo con él para que anulara su matrimonio con su mujer, Nova, a cambio de que Bernard denunciara a los Perfectos que vivían en su castillo (estaba tan harto de su "costilla" que antes quiso obligarla a que recibiera el Consolament con lo que ésta hubiera debido de abandonarle).
Los apoyos populares que antes hemos citado, no obstante, tampoco deben ser exagerados porque sabemos que, en otros casos, el auxilio a los cátaros perseguidos no tenía nada de desinteresado. Por ejemplo, Pedro de Corneliano y su tío escoltaron a siete Perfectos a cambio de una promesa de diez sólidos... que nunca llegó porque los Perfectos se negaron a pagar (después de esto, Pedro de Corneliano no quiso saber más de los cátaros). Mejor suerte tuvo en 1237 Arnaud Roger de Mirepoix que sí cobró por seguir de guía en un desplazamiento de Perfectos y volvió a hacerlo (por el equivalente a medio kilo de pimienta en una época en que las especias eran un bien precioso) en 1238 acompañando a un grupo de ocho cátaros de Montségur. B. Remon pagó cincuenta sólidos a las personas que escondieron a su hermana, que era Perfecta, y a sus acompañantes.
Y es que contrariamente a lo que parecen creer sus panegiristas actuales, los cátaros, a lo largo de los años no sólo crearon adhesiones sino también enemistades. No deja de resultar chocante que una iglesia que consideraba lo material como creación del diablo fuera, en cambio, extraordinariamente rica, una evidente contradicción que sus adversarios no dejaban de echarles en cara. Fruto de las donaciones recibidas (en especial cuando daban el Consolament a un moribundo, por ejemplo, Arnaud Daniel de Sorege entregó trescientos sólidos a los Perfectos que lo realizaron), de su dedicación al comercio o de los préstamos que hacían, disponían de cuantiosos fondos tanto más cuando no tenían gastos (los Perfectos debían ser mantenidos por los fieles y no tenían templos que hubiera que mantener) así que cuando la persecución se incrementaba no faltaba dinero para comprar guías, lugares seguros y protección armada y, llegado el caso, para efectuar sobornos y lograr la libertad de algunos cautivos. Algunos ejemplos pueden servir para ilustrar esto. Ugo Rotland de Puylaurens en 1252 tenía una olla con seiscientos sólidos enterrada en su casa. Alamán de Roaix en Toulouse estaba más al tanto de las nuevas (entonces, claro) técnicas comerciales y eso ya en 1237. Éste disponía de cartas de pago por las que podía disponer de las donaciones testamentarias realizadas a la iglesia cátara. Por otra parte, cuando Bertrand Marty fue arrestado en 1233, una colecta reunió trescientos sous. Poco después y de forma "misteriosa", el cátaro fue liberado en un bosque.
Sin embargo, había odios que podían más que el oro. Por ejemplo, Ermessende Viguier, de Cambiac, que se la tenía jurada desde que en una reunión de cátaros a la que asistió se rieron de ella por estar embarazada diciendo que llevaba un demonio en sus entrañas (y no era ninguna broma, eran coherentes con su doctrina sobre la procreación y el mundo material). Guardó la ofensa para sí misma durante veintitres años hasta que, en 1245, denunció a sus vecinos cátaros ante la Inquisición pese a que éstos la maltrataron en presencia de su hijo para "convencerla" de que la interesaba guardar silencio.
Toda esta situación de alianzas políticas, de odios, de simpatías... se precipitó hacia el desastre total en 1241. Como ya dijimos, el 22 de agosto de ese año falleció Gregorio IX y con él la paralización de la Inquisición en el momento menos propicio para los intereses de Raimundo VII. Éste, visto que no podía conseguir sus objetivos por un acuerdo con el papado, empezó a poner en práctica sus planes de conspiración antifrancesa. Para ello necesitaba de los señores aliados de los cátaros pero ¿y si éstos eran detenidos y revelaban lo que sabían? No obstante, el papel jugado por alguno de ellos en la revuelta previa de Raimundo Trencavel como el obispo cátaro Pierre Polhan que, curiosidades de la vida, siempre aparecía en una ciudad justo antes de que se organizara en ella "la de San Quintín" hacía imprescindible su concurso. No obstante, era un juego muy peligroso en el que alguien podía equivocarse y eso es lo que pasó.
El 15 de mayo de 1242 Enrique III de Inglaterra desembarca en Royan. Pocos días después, los Inquisidores Guillaume Arnaud y Étienne de Saint-Thibéry llegan a Avignonet y se hospedan en un castillo propiedad de Raymond de Alfaro, senescal de Raimundo VII y que era la persona que estaba coordinando la sublevación en el Languedoc, pero esto era algo que, posiblemente, los Inquisidores desconocían. El 27 de mayo un mensajero suyo (de Raymond de Alfaro) llega a Montségur, plaza que estaba bajo pleno control cátaro y protegida por una guarnición de fieles y soldados mercenarios bajo mando de Pierre-Roger de Mirepoix. El día 28, Pierre-Roger abandona Montségur con cincuenta de sus hombres a los que se unen más voluntarios por el camino. Por la noche llega a Avignonet y los hombres de Raymond de Alfaro les abren las puertas del castillo. Los dos Inquisidores, sus ayudantes y el prior de Avignonet que había ido a visitarles, diez personas en total, son asesinados y mutilados.
¿Esto fue ordenado por Raimundo VII? Pues aunque Raymond de Alfaro fuera su senescal y, para más "inri", estuviera casado con una hermana (ilegítima) del conde parece que no porque esto supuso que todo el plan se fuera al mismísimo "carajo". Se tuvo que adelantar la rebelión y quedó patente para Luis IX la connivencia entre el ataque inglés y el levantamiento en el Languedoc. Así las cosas, éste actuó rápido. El 22 de julio ya se enfrenta a los hombres de Enrique III en Taillebour. El monarca inglés no debió ver el asunto nada claro así que se embarcó para su casa sin dar más guerra. Este primer abandono motivó el de Jaime I de Aragón. Por si el asunto no estaba lo bastante "jodido" para los intereses de la casa condal tolosana, el conde de Foix no sólo dejó de ayudar sino que se pasó al enemigo "con armas y bagajes". En octubre de 1242 y después del monumental fiasco, Raimundo VII se rinde a Luis IX. Éste, por su parte, no quiso humillar al conde de Toulouse (posiblemente ya lo estaba bastante) y en enero de 1243 por la paz de Lorris se limita a que Raimundo jure que no romperá por la fuerza los acuerdos de Meaux. Sorprendentemente, esta vez sí lo cumplió.
Si no hubo castigo para Raimundo VII, no sucedió lo mismo con Montségur. Todo el mundo sabía que era de allí de donde habían salido los asesinos de los Inquisidores y que éste era el principal dominio cátaro, el refugio de sus líderes más destacados y su tesorería central. Durand, obispo de Albi, y Hugues d´Arcis, senescal de Carcassonne, reclutan tropas por toda la región. Pese a que Montségur se considera inexpugnable (está bien defendida tanto por una numerosa guarnición que cuenta incluso con una catapulta, como por lo escarpado de la montaña en que se encuentra) están decididos a acabar con ese reducto cátaro. El asedio comienza en junio de 1243 y se prolongó hasta el 16 de marzo de 1244. Doscientos (o más) Perfectos se encontraron en la disyuntiva de elegir entre la abjuración y la hoguera. Eligieron lo segundo.
Era el fin. Algunas familias muy vinculadas al catarismo se apresuraron a reconciliarse con Luis IX. Gérard de Niort entregó su castillo a los hombres del rey. Olivier de Termes incluso acompañó al rey francés en su Cruzada a Tierra Santa y llegó a ser uno de sus hombres de confianza. Aunque algunos (tal vez por ideales, tal vez porque estaban tan involucrados con los cátaros que no confiaban en el perdón real) prosiguieron la lucha (de hecho, la última fortaleza cátara tomada no fue Montségur en 1244 sino Quéribus en Les Corbières en 1255) las guerras occitanas a gran escala habían terminado.
Raimundo VII, uno de sus grandes protagonistas, mudó de actitud. Desde ese momento y hasta su muerte en 1249 persiguió ferozmente a los cátaros incluso con mayor saña que la propia Inquisición. Poco antes de su muerte, en Agen, ordenó quemar a ochenta creyentes (es decir, que no habían recibido el Consolament) pese a que, como tales, la Inquisición posiblemente no les habría condenado a muerte. ¿Estaba haciendo méritos o estaba haciéndoles pagar por lo de Avignonet y todo lo que siguió al asesinato de los Inquisidores? Aunque nunca renunció a sus pretensiones de volverse a casar y tener descendencia que asegurase la continuidad de la casa de Toulouse no lo logró. La muerte le sorprendió cuando se preparaba para unirse a la Cruzada de Luis IX.
Desde 1249 hasta 1271, el condado tolosano fue gobernado por Alphonse de Poitiers, hermano de Luis IX, como esposo de Jeanne de Toulouse. Falleció el 21 de agosto de 1271. Su mujer se le unió tres días más tarde. No habían tenido descendencia por lo que el feudo pasó a la Corona francesa como se había acordado en Meaux. La casa condal tolosana desaparece y aparece Francia.
Griales, descendientes de Jesús, tesoros fabulosos... ¿quién necesita estos alicientes? La realidad es mucho más fascinante. La Edad Media, ese difuso periodo cronológico, según algunos acabó con la caída de Constantinopla y según otros con el descubrimiento de América. Sin embargo, empezó a morir cuando los estados nacionales con una autoridad central comenzaron a desmantelar los feudos y las relaciones vasalláticas. Las guerras occitanas (en la que el catarismo fue más una excusa que una razón) son un periodo capital en ese proceso. No hemos visto el Grial, pero sí el nacimiento de Francia como nación moderna. Hemos comenzado a despedir la Edad Media y vemos el nacimiento del mundo moderno.
Ahora ya podemos volver con el Sr. Fernández-Bueno no sin antes recomendarles la lectura de los siguientes libros en los que podrán encontrar los datos que aquí hemos manejado y muchos más (y por supuesto, mucho mejor y más ampliamente expuestos):
"Los cátaros. Herejía y crisis social." Paul Labal. Traducción de Octavi Pellissa. Ed. Crítica. Barcelona, 2000.
"La otra historia de los cátaros. Malcolm Lambert. Traducción de Albert Solé. Ed. Martínez Roca S.A. Barcelona, 2001.
-Continuará-

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