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Escritos desde el páramo

Decimotercer misterio jocoso: Heterodoxos de verdad (V)

Viene de aquí
Sólo transcurren veinticuatro años desde que Evervin recoge la primera mención a los cátaros que ha llegado a nosotros, hasta el Concilio de San Félix de Caramán y, sin embargo, todo parece haber cambiado.
En Colonia el obispo cátaro y su asistente fueron conducidos a la pira por una multitud enfurecida. En el castillo de San Félix se reúnen tres obispos de la iglesia cátara en Occidente y numerosos Perfectos sin que nadie les moleste. La primera iglesia cátara de la que tenemos noticias estaba en Alemania. En el Concilio no existe representación de ese país porque, posiblemente, ya había desaparecido o estaba próxima a hacerlo. De las regiones que sí estuvieron representadas, la de Francia (recuérdese que es el norte de Francia) entra en un proceso de decadencia y termina por morir. Las otras dos zonas, el Languedoc y el norte de Italia, verán, por el contrario, una fuerte implantación de los cátaros. La pregunta parece inevitable ¿por qué en unos casos la herejía triunfa y en otros no?
Tenemos que dejar a un lado las posibles causas personales (tales como el mayor o menor carisma de sus primeros líderes, sus dotes de oradores, su preparación intelectual...) porque nada de todo ello aparece en la documentación conservada de esta época inicial, pero sí hay otras circunstancias que podemos señalar.
Es evidente que hay una inmensa diferencia en cuanto a la oposición que se encontraron las primeras comunidades. Si en Alemania encontramos entre sus críticos tempranos a personas como Evervin (que no duda en pedir ayuda a San Bernardo de Claraval), los hermanos Eckbert y Santa Isabel de Schönau, y Santa Hildegard von Bingen, no hay nadie comparable a ellos en el Languedoc e Italia. Aunque San Bernardo realizó una gira por el sur de Francia en 1145 y predicó con notable éxito contra diversos grupos de herejes (en especial contra Henri el Monje) ni es seguro que se encontrara con comunidades cátaras (algunos historiadores creen que un grupo de "arrianos" de Toulouse eran, en realidad, cátaros, pero no existe certeza sobre ello) ni su acción tuvo continuidad tal vez por el desaliento que le ocasionó el incidente de Verfeil cuando un grupo de caballeros le impidió sermonear a la multitud.
Tampoco la represión fue la misma. Ya vimos lo sucedido en Colonia. Por el contrario, en 1165 se reúnen en Lombers los obispos católicos de Albi y Lodève, el arzobispo de Narbona, el vizconde de Béziers y Constanza, esposa de Raimundo V, conde de Toulouse, por una parte y varios dirigentes cátaros por la otra. Los herejes comienzan negando la autoridad del Antiguo Testamento, consideran indignos a los prelados católicos por pretender ser los herederos de la verdadera Iglesia, se niegan a responder a las preguntas que hubieran dejado en evidencia su oposición a los dogmas católicos... Cuando el debate toma mal cariz para los cátaros, éstos apelan al pueblo y realizan una declaración de lo más ortodoxa. Los representantes católicos les condenan... pero no toman contra ellos medida represiva alguna. Más que de un caso de tolerancia, es un caso de impotencia. Sencillamente no se atreven a hacerlo.
Que esta actitud no se debía a tolerancia es algo evidente si leemos la carta que Raimundo V dirigió al capítulo general del Císter en 1177:
"En lo que a mí respecta, que estoy armado de los dos poderes divinos y que estoy investido para ser el vengador y el ministro de la cólera de Dios, cuando me esfuerzo en poner coto y acabar de una vez con un tal abandono de la fe, debo confesar que carezco de medios para llevar a cabo una tarea de este tipo y de esta importacia: los más nobles de mi tierra, atacados por el mal de la infidelidad, se han dejado corromper y con ellos gran multitud de hombres que han abandonado la fe, lo que significa que ni me atrevo ni puedo llevar a buen término esta tarea..." [1] (Págs. 99-100)
La respuesta no se hizo esperar y acudieron varios clerigos encabezados por el abad de Claraval, Henri de Marcy, y por el legado papal, Pedro de Pavía. Aunque lograron algún éxito inicial como la pública confesión de sus errores de Pierre Maurand en Toulouse, otra cosa fue su intento de conseguir la liberación del obispo católico de Albi. Sabedores de la buena relación de Roger II Trencavel, vizconde de Carcassonne, con los cátaros quisieron entrevistarse con él, pero éste se negó lo que le valió la excomunión. Ante ese fracaso, emitieron salvoconductos para Bernard Raymond, obispo cátaro de Toulouse, y para Raymond de Bainiac, su filius major (es decir, su obispo auxiliar). La entrevista tuvo lugar en la catedral tolosana y supuso la reedición del suceso de Lombers. Los Perfectos repitieron el paripé. Realizan una profesión de fe aparentemente católica y cuando Pedro de Pavía comienza a interrogarles sobre el contenido de un sermón que pronunciaron en la iglesia de Saint-Jacques en el que habían vertido afirmaciones heréticas, ambos lo niegan ganándose la acusación de mentirosos por parte de Raimundo V que había estado presente en aquella ocasión. Sin embargo, los cátaros están protegidos por el salvoconducto y abandonan la reunión sin que nadie se lo impida. Se refugian en Lavaur a sólo treinta y cinco kilómetros de Toulouse lo que es una nueva muestra de la impotencia del conde para actuar contra ellos incluso en las cercanías de su capital. En 1181 Henri de Marcy logra reunir un contigente armado y toma Lavour apresando a los dirigentes cátaros que reciben, por todo castigo, la obligación de realizar una retractación pública de sus errores después de lo cual... ¡son nombrados canónigos de Toulouse! La iglesia cátara se limitó a nombrar un nuevo obispo de Toulouse aunque transladaron su sede a Saint Paul Cap de Joux, en las posesiones de los Trencavel lo que supuso, en la práctica, su impunidad. La Iglesia católica sin el apoyo de los nobles estaba en una situación de impotencia y Raimundo V no podía hacer nada más porque ni siquiera podía contar con el apoyo de sus vasallos (de hecho, el Concilio de San Félix de Caramán se celebró en un castillo que, supuestamente, estaba bajo su dominio). Ésta es una nueva diferencia entre el Languedoc y otras regiones. En aquéllas en las que la Iglesia y la nobleza actuó unida (entre otras cosas porque el alto clero y los señores feudales solían pertenecer a las mismas familias y tenían la misma sensación de ser la clase dirigente) el catarismo fue yugulado con rapidez y brutalidad. Por razones distintas no lo fue en Italia (pugna entre el Papado y el Emperador) ni en el Languedoc.
Si la situación ya era mala para la Iglesia católica no tardaría en empeorar. En 1193 y 1194, respectivamente, fallecen Raimundo V y Roger II Trencavel. Ambos son sucedidos por sus hijos, Raimundo VI y Raymond-Roger Trencavel. Raimundo VI no tenía nada que ver con su padre. Era, y lo siguió siendo toda su vida, un católico peculiar. Realizó grandes donaciones a diversas órdenes religiosas y falleció aferrado al hábito de los hospitalarios. Sin embargo simpatizaba con los cátaros y no dudó en actuar contra prelados católicos (encarcelamiento de los abades de Moissac y Montauban y deposición de los obispos de Vaidon y Agen). No pudo ser enterrado en sagrado por estar excomulgado. Con el cambio al frente del condado de Toulouse la Iglesia perdió su único apoyo incondicional de importancia en el Languedoc.
Por su parte, Raymond-Roger Trencavel tenía nueve años, así que debía tener un regente. El elegido por su padre fue Bertrand de Saissac notorio simpatizante de los cátaros y conocido anticlerical.
La tercera gran casa nobiliaria de la región era la de los condes de Foix, cuya jefatura ostentaba en ese momento Raymond-Roger (homónimo del vizconde de Carcassonne, pero no eran la misma persona). Aunque Raymond-Roger nunca se convirtió al catarismo, su familia (en especial las mujeres) sí estaba involucrada con los heterodoxos hasta el punto de que su hermana Esclaremonde había recibido el consolamentum. Su esposa le dejó para ir a dirigir una casa de Perfectos.
Si por parte de los grandes señores no podía esperar la Iglesia católica ayuda alguna, el resto de las circunstancias tampoco eran favorables a sus intereses. El Languedoc era una zona conflictiva porque tres dinastías mantenían pretensiones sobre la región, la francesa, la inglesa y la aragonesa. Eso hacía que todas ellas tuvieran que actuar con enorme tiento para no provocar una guerra abierta. De hecho, en la carta antes citada, Raimundo V afirma que desea la intervención del rey de Francia Luis VII para acabar con la herejía:
"Para que ello pueda realizarse, soy de la opinión de que el señor rey de Francia venga de vuestras regiones, poque pienso que, a través de su presencia, se pondrá fin a tan grandes males. Cuando esté aquí, le abriré las ciudades; ofreceré burgos y castillos a su discreción; le mostraré los herejes y en cualquier lugar donde lo necesite le asistiré hasta la efusión de mi sangre con el objeto de reducir a todos los enemigos de Cristo." [1] (Pág. 100) Sin embargo, ésta no se produjo.
Resulta curiosa, en principio, la contradicción entre la actuación de los grandes señores nobiliarios y sus creencias personales. Ya hablamos del caso del conde Raimundo VI, pero también es reseñable que Raymond-Roger Trencavel según Guillermo de Tudela:
"Era un buen católico; fiadores de ello son un buen número de clérigos y canónigos." [1] (Pág. 96) y que Raymond-Roger de Foix acabó sus días como monje cisterciense en la abadía de Boulbonne. ¿Había mucho talante en aquella época? Posiblemente sea más cercano a la verdad el resaltar que ninguno de ellos tuvo otra opción. La razón para no poderse oponer a los cátaros es que éstos estaban apoyados por los señores feudales de menor importancia (después veremos las razones para ello que tienen muy poco que ver con la religión) y ninguna de las grandes casas podía permitirse el perder su apoyo máxime cuando las relaciones vasalláticas en el Languedoc tenían mucho de ficción. El problema comienza cuando Raimundo IV de Toulouse acude a la I Cruzada en el momento en que comenzaban a forjarse las naciones como tales. Privada de su dirección, la casa tolosana pierde el carro de la historia y más cuando, al fallecimiento del conde en Siria, su hijo Beltrán se va a Oriente y deja Toulouse en manos de su hermano menor, Alfonso Jordán, que era un niño. Cuando se hace adulto, los señores feudales, en vez de haber ido perdiendo sus derechos como sucedió en Francia, los han ido aumentando hasta el punto de que son, en la práctica, independientes. Alfonso Jordán intenta recuperar el tiempo perdido pero se alza en contra suya una coalición de todos sus oponentes. Por si esto fuera poco, San Bernardo llama a la II Cruzada y Alfonso Jordán acude a Tierra Santa donde muere. Además, el vasallaje nunca fue en el Languedoc tan estricto como en Francia porque en aquél no había una relación de subordinación sino de acuerdo inter pares. Si a esto le unimos que la reforma gregoriana supuso una ruptura entre iglesia y estado por la querella de las investiduras (con anterioridad, la elección de prelados se hacía por acuerdo entre el poder laico y el poder religioso lo que suponía un terreno abonado para el nepotismo y la simonía. Con posterioridad, la elección la realizaba en solitario el poder religioso). Esta nueva situación supuso mil y un enfrentamientos entre poderes que intentaban salvaguardar sus prerrogativas. Para complicar la situación aparece un nuevo poder en alza, las ciudades. Aprovechando tanto las luchas entre los nobles como entre éstos y la Iglesia, las urbes van adquiriendo derechos y libertades. En 1166 Raimundo Trencavel pierde la vida en Béziers. En 1168 Roger II Trencavel conquista la ciudad con el auxilio de tropas mercenarias aragonesas y ordena la ejecución de toda la población masculina (la femenina fue entregada a las tropas para su diversión). En 1189 Toulouse se revela y Raimundo V debe refrendar sus libertades para que cese la insurrección. A partir de ese momento, la ciudad será regida por dos cónsules electos por su población tanto masculina como femenina. De hecho se convierte en una ciudad-estado que incluso llega a desarrollar una política exterior propia. Así, los dominios del conde de Toulouse son un no-estado en el que hay vizcondados virtualmente independientes (y con el añadido del enfrentamiento con los territorios de los Trencavel), terrenos bajo soberanía eclesiástica que también está enfrentada con el conde y una ciudad-estado además de otras que aspiran a serlo (Narbona, Nimes, Montpellier...) El enfrentamiento entre los condes de Toulouse y el vizconde de Carcassonne venía de antiguo y se veía complicado por la contienda simultánea entre el condado tolosano y el barcelonés (posteriormente, con el reino de Aragón cuando ambos quedan unidos por matrimonio). La razón, claro, es la lucha por la hegemonía desde que Ramón Berenguer, conde de Barcelona, se casa con Dulce, condesa de Provenza, lo que supone que territorios de ésta pasan a soberanía catalana. En 1125 se reparte la Provenza entre ambos condados pero el acuerdo no satisface a nadie. En 1148 comienza la gran guerra meridional después de que el conde de Barcelona se convierta en rey de Aragón. Los enfrentamientos se sucederán tanto entre las dos Provenzas como entre el condado de Toulouse y el vizcondado de Carcassonne que aspira a la independencia de hecho. Para que no faltara de nada, Enrique II Plantagenet sitia Toulouse en 1159 lo que provoca la intervención de Luis VII que le obliga a levantar el cerco. Pese a que la paz llegó en 1198 (conferencia de Perpiñán) las heridas abiertas no podían ser restañadas. Las consecuencias de la guerra se hacen sentir. Además de los problemas económicos, la falta de lealtad de los supuestos vasallos con el conde de Toulouse obliga a que la guerra se haga con ejércitos mercenarios que siembran el desorden y el terror por doquier. En esa situación nadie podía permitirse el enfrentarse con la pequeña nobleza. Así lo reconoce Guillermo de Tudela cuando habla de Raymond-Roger Trencavel:
"Además todos los caballeros albergaban cátaros, bien en los castillos, bien en las torres..." [1] (Pág. 96)
Pero ¿por qué apoyaba la pequeña nobleza al catarismo? La respuesta viene dada por un fuerte sentimiento anticlerical previo a la herejía tanto por la querella de las investiduras como por razones económicas. En el Languedoc no existía la concentración de la herencia en beneficio del primogénito por lo que los nobles terminaron encontrándose en muchos casos como propietarios de explotaciones tan reducidas que ni siquiera bastaban para mantener su tren de vida y menos cuando habían participado en dos Cruzadas y una guerra prolongada. Esta situación de penuria se veía incrementada por la existencia de numerosos alodios (terrenos no sujetos a derechos señoriales) y de propiedades eclesiásticas. Así, la captación de recursos en forma de tierras, rentas y diezmos se convirtió en una cuestión de supervivencia. Durante el S X los señores se apoderaron de propiedades y diezmos eclesiásticos, pero durante el S XII la Iglesia comienza a intentar su recuperación. El enfrentamiento era inevitable tanto más cuando las explotaciones en manos de la Iglesia comienzan a expandirse aprovechándose de la mala situación económica de muchos nobles adquiriendo sus fincas a bajo precio. En esas circunstancias, la predicación cátara de que no había ninguna obligación de mantener económicamente a la Iglesia católica tuvo que sonarles a "música celestial" y mucho más cuando la pronto enriquecida iglesia cátara (sus dirigentes debieron pensar que una cosa es que lo material sea producto del demonio y otra muy distinta el ser tontos de capirote) comenzó a emplear sus recursos para conceder préstamos sin intereses usurarios. La pequeña nobleza apoyaba a los cátaros y las grandes casas nobiliarias no podían hacer nada sin ella. Sin el apoyo de los señores de las fortaleza de la región de La Montaña Negra (Roquefort, Hautpoul, Cabaret, Surdespine y Quertinheux) el vizcondado de Carcassonne estaba muy expuesto a un ataque desde el norte. Sin los castellanos de la región de Les Corbières (Miremont, Termes, Puylaurens, Peyrepertuse, Queribus...) lo estaba a un ataque desde el sur. El condado de Toulouse sin el apoyo de los vizcondes (prácticamente independientes) de Nimes, Agde, Montpellier, Narbona... y sin el apoyo de sus aliados (por muy laxo que fuera este vínculo), los condes de Foix, Comminges y Valentinois no era prácticamente nada. No es que no quisieran acabar con los cátaros, es, sencillamente, que no podían como no pudieron poner coto a los desmanes de algunos señores que decidieron cuadrar su "cuenta de resultados" por el expeditivo procedimiento de dedicarse al pillaje. Muchas de esas fortalezas situadas en lugares casi inaccesibles eran inexpugnables salvo después de un largo asedio que no podían permitirse las grandes casas señoriales.
Para terminar de complicar la situación de la Iglesia en el Languedoc, tampoco podían esperar un entusiasta apoyo popular y, además, la situación de la Iglesia en esta región era particularmente mala, pero esto lo veremos en la próxima entrega.
NOTA:
[1] Citado en Los cátaros. Paul Labal. Traducción de Octavi Pellissa. Ed. Crítica. Barcelona, 2000
-Continuará-

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