¿Idiotas, irracionales, aprovechados...?
Una de las cuestiones que siempre me han sorprendido del escepticismo organizado (que paradójicamente, como en el viejo chiste de que iban a conceder el Nobel de Física a Franco por haber conseguido inmovilizar el Movimiento, si por algo se caracteriza es por su desorganización) es la facilidad de alguno de sus componentes para explicar el porqué cree la gente de forma simple. Sencillamente, para tan "elevados" pensadores, siempre detrás de la credulidad hay un consuelo para el creyente, una irracionalidad, una idiotez generalizada o un provecho económico. Todo ello muy sencillito y bien aderezado de insultos al contrario y, por tanto, más digno de un "Crónicas marcianas" (del televisivo, no de la novela homónima) que de un supuesto movimiento filosófico.
La realidad, por supuesto, es infinitamente más compleja que esa sucesión de clichés. Comencemos por la más generalizada y, por lo que sabemos, más antigua creencia, la religión. Ignoramos cuándo, cómo y porqué nació. Cuando las sociedades pasan de un estadio cultural prehistórico (es decir, sin escritura) a uno histórico las religiones ya están allí. Los intentos de reconstruir las religiones prehistóricas son imposibles. Sólo algunos ritos de enterramiento, algunas figuras como las llamadas Venus esteatopigias parecen abonar la creencia en una vida de ultratumba y en cultos a la fertilidad humana, pero las dudas sobre algo más complejo que estas ideas simples (e incluso éstas no son aceptadas por todos los autores en especial las relativas al segundo de los temas) no tienen ni previsiblemente tendrán nunca respuesta.
Así pues, debemos irnos a la primera sociedad cuya escritura somos capaces de leer, la sumeria. Siempre se ha dicho que toda religión incluye una cosmogonía (es decir, una creación del Universo que puede incluir o no una teogonía -creación de los propios dioses-) y una soteriología (es decir, unas normas, ritos, conjuros... que permiten la salvación al Más Allá). Sin embargo, la religión sumeria carece de la segunda. El destino de todo hombre independientemente de sus actos es el mismo. Nada de Cielo e Infierno y sí un lugar subterráneo (kur-nu-gi-a) frío, oscuro, y polvoriento por el que vagaban las sombras de los que habían fallecido y cruzado el río Ilurugu. ¿Qué sensación de consuelo puede extraerse de ello? Tal vez los sumerios fueron unos hombre especiales (y un pelo masoquistas) pero yo, al menos, debo confesar que ése se me antoja un destino muy poco (nada, más bien) deseable.
Y sin embargo los sumerios creían por lo que la respuesta sigue en pie, ¿por qué? Evidentemente no eran estúpidos (hombre, alguno habría como en todas partes, pero basta con ver los logros culturales y artísticos que alcanzaron para desestimar una idiocía generalizada) y aunque sí sea posible encontrar una justificación económica en los sacerdotes, ésta no existe en el pueblo llano. ¿Eran, pues, irracionales?
Para saberlo, centrémonos en el aspecto general de las religiones que sí aparece en la religión sumeria, la Cosmogonía o mejor dicho, las Cosmogonías porque hay varias donde poder elegir. El hecho de que existan varias ya nos da una primera pista. Son intentos pero ¿de qué? Pues de explicar el mundo, por qué las cosas son como son y no de otra manera. Por qué existe un mundo con su tierra, sus aguas, sus aires y su bóveda celeste con luces en ella.
Ese intento de explicación puede movernos a risa, pero no debemos de olvidar que los conocimientos que tenemos hoy no los poseían los sumerios. Sencillamente, intenten explicar el Universo desde la ignorancia de conceptos fundamentales como el Big Bang, la evolución... y sin ni siquiera saber la naturaleza de esas luces que se podían ver en el cielo. ¿Irracionales? No lo fueron. Ni siquiera el gran Aristóteles, una de las mente más lúcidas de la historia de la humanidad, fue capaz de hacerlo mejor.
Veamos. Tenemos un mundo en el que las cosas materiales parecen estar condenadas a la desaparición (recuerden que aquello de que la materia ni se crea ni se destruye... todavía no había sido formulado). Puesto que la muerte es el fin de todas las cosas, deben haber tenido un principio, ese principio a su vez tendrá otro principio... y esa secuencia conduce o al aparante absurdo de algo material que existe desde siempre (respuesta que también se dio desde, por ejemplo, el Taoísmo) o bien a una creación de la materia por algo inmaterial y, por tanto, ajeno a esa secuencia de nacimiento y muerte. Llámese motor inmóvil o dioses el argumento es el mismo y no es irracional (eso sí, parte de una premisa falsa).
Tenemos pues unos seres inmateriales que crean la materia. La pregunta lógica es ¿por qué lo hicieron? Y aquí caemos en el principio antropocéntrico. Puesto que los que tenemos conocimiento de la existencia de esos seres inmateriales somos los hombres, el fin de la creación es el ser humano y todo lo demás existe en tanto y cuanto es necesario para la vida humana. En última instancia, los dioses crean al hombre para que les sirvamos y el resto del Universo para que nos sirva a nosotros. (El para qué demonios necesitaban los dioses ser servidos por seres humanos es algo que sólo se puede explicar desde la antropoización de los dioses lo que sí condujo a una paradoja sin sentido, los dioses debían ser fundamentalmente distintos a los seres humanos puesto que eran capaces de crear, eran inmortales... y, sin embargo, debían tener los mismos deseos que los hombres).
Esta idea de creación de lo material (creación coronada por la de los seres humanos) por seres inmateriales además de ser un intento de explicación del mundo fue también la causa de una creencia que tendrá consecuencias muy duraderas. Puesto que la materia es imperfecta, cuanto más cerca nos situáramos de esa supuesta creación divina, el mundo sería tanto menos imperfecto o, lo que es lo mismo, más perfecto. Si esto ya se formuló en la religión sumeria en la que los grandes dioses crean divinidades menores que, aunque sean supuestamente inmortales, sí hay ocasiones en las que pueden morir (vamos, que esta segunda generación divina era inmortal pero menos) terminaría por constituir un mito que está detrás no sólo de muchas creencias ocultistas sino también de otras creencias que, en principio, consideramos ajenas a éstas como las afirmaciones ecólatras. Ese mito, por supuesto, es el de la Edad de Oro.
BIBLIOGRAFÍA: Sobre la religión sumeria véase el capítulo correspondiente en "La Civilización Sumeria" de Francisco Lara Peinado. Biblioteca de Historia. Ed. Historia 16. Madrid, 1999.
La realidad, por supuesto, es infinitamente más compleja que esa sucesión de clichés. Comencemos por la más generalizada y, por lo que sabemos, más antigua creencia, la religión. Ignoramos cuándo, cómo y porqué nació. Cuando las sociedades pasan de un estadio cultural prehistórico (es decir, sin escritura) a uno histórico las religiones ya están allí. Los intentos de reconstruir las religiones prehistóricas son imposibles. Sólo algunos ritos de enterramiento, algunas figuras como las llamadas Venus esteatopigias parecen abonar la creencia en una vida de ultratumba y en cultos a la fertilidad humana, pero las dudas sobre algo más complejo que estas ideas simples (e incluso éstas no son aceptadas por todos los autores en especial las relativas al segundo de los temas) no tienen ni previsiblemente tendrán nunca respuesta.
Así pues, debemos irnos a la primera sociedad cuya escritura somos capaces de leer, la sumeria. Siempre se ha dicho que toda religión incluye una cosmogonía (es decir, una creación del Universo que puede incluir o no una teogonía -creación de los propios dioses-) y una soteriología (es decir, unas normas, ritos, conjuros... que permiten la salvación al Más Allá). Sin embargo, la religión sumeria carece de la segunda. El destino de todo hombre independientemente de sus actos es el mismo. Nada de Cielo e Infierno y sí un lugar subterráneo (kur-nu-gi-a) frío, oscuro, y polvoriento por el que vagaban las sombras de los que habían fallecido y cruzado el río Ilurugu. ¿Qué sensación de consuelo puede extraerse de ello? Tal vez los sumerios fueron unos hombre especiales (y un pelo masoquistas) pero yo, al menos, debo confesar que ése se me antoja un destino muy poco (nada, más bien) deseable.
Y sin embargo los sumerios creían por lo que la respuesta sigue en pie, ¿por qué? Evidentemente no eran estúpidos (hombre, alguno habría como en todas partes, pero basta con ver los logros culturales y artísticos que alcanzaron para desestimar una idiocía generalizada) y aunque sí sea posible encontrar una justificación económica en los sacerdotes, ésta no existe en el pueblo llano. ¿Eran, pues, irracionales?
Para saberlo, centrémonos en el aspecto general de las religiones que sí aparece en la religión sumeria, la Cosmogonía o mejor dicho, las Cosmogonías porque hay varias donde poder elegir. El hecho de que existan varias ya nos da una primera pista. Son intentos pero ¿de qué? Pues de explicar el mundo, por qué las cosas son como son y no de otra manera. Por qué existe un mundo con su tierra, sus aguas, sus aires y su bóveda celeste con luces en ella.
Ese intento de explicación puede movernos a risa, pero no debemos de olvidar que los conocimientos que tenemos hoy no los poseían los sumerios. Sencillamente, intenten explicar el Universo desde la ignorancia de conceptos fundamentales como el Big Bang, la evolución... y sin ni siquiera saber la naturaleza de esas luces que se podían ver en el cielo. ¿Irracionales? No lo fueron. Ni siquiera el gran Aristóteles, una de las mente más lúcidas de la historia de la humanidad, fue capaz de hacerlo mejor.
Veamos. Tenemos un mundo en el que las cosas materiales parecen estar condenadas a la desaparición (recuerden que aquello de que la materia ni se crea ni se destruye... todavía no había sido formulado). Puesto que la muerte es el fin de todas las cosas, deben haber tenido un principio, ese principio a su vez tendrá otro principio... y esa secuencia conduce o al aparante absurdo de algo material que existe desde siempre (respuesta que también se dio desde, por ejemplo, el Taoísmo) o bien a una creación de la materia por algo inmaterial y, por tanto, ajeno a esa secuencia de nacimiento y muerte. Llámese motor inmóvil o dioses el argumento es el mismo y no es irracional (eso sí, parte de una premisa falsa).
Tenemos pues unos seres inmateriales que crean la materia. La pregunta lógica es ¿por qué lo hicieron? Y aquí caemos en el principio antropocéntrico. Puesto que los que tenemos conocimiento de la existencia de esos seres inmateriales somos los hombres, el fin de la creación es el ser humano y todo lo demás existe en tanto y cuanto es necesario para la vida humana. En última instancia, los dioses crean al hombre para que les sirvamos y el resto del Universo para que nos sirva a nosotros. (El para qué demonios necesitaban los dioses ser servidos por seres humanos es algo que sólo se puede explicar desde la antropoización de los dioses lo que sí condujo a una paradoja sin sentido, los dioses debían ser fundamentalmente distintos a los seres humanos puesto que eran capaces de crear, eran inmortales... y, sin embargo, debían tener los mismos deseos que los hombres).
Esta idea de creación de lo material (creación coronada por la de los seres humanos) por seres inmateriales además de ser un intento de explicación del mundo fue también la causa de una creencia que tendrá consecuencias muy duraderas. Puesto que la materia es imperfecta, cuanto más cerca nos situáramos de esa supuesta creación divina, el mundo sería tanto menos imperfecto o, lo que es lo mismo, más perfecto. Si esto ya se formuló en la religión sumeria en la que los grandes dioses crean divinidades menores que, aunque sean supuestamente inmortales, sí hay ocasiones en las que pueden morir (vamos, que esta segunda generación divina era inmortal pero menos) terminaría por constituir un mito que está detrás no sólo de muchas creencias ocultistas sino también de otras creencias que, en principio, consideramos ajenas a éstas como las afirmaciones ecólatras. Ese mito, por supuesto, es el de la Edad de Oro.
BIBLIOGRAFÍA: Sobre la religión sumeria véase el capítulo correspondiente en "La Civilización Sumeria" de Francisco Lara Peinado. Biblioteca de Historia. Ed. Historia 16. Madrid, 1999.
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