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Escritos desde el páramo

Siempre nos quedará Sísifo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Bueno, henos aquí de nuevo (¡no! ¡piedad!) al terminar la temporada de Navidad (sí, hay trabajos tan "graciosos" que las "navidades" acaban en Semana Santa y el mío es uno de ellos). Ahora que por fin recupero la posibilidad de tener tiempo libre me encuentro con una duda, ¿realmente vale la pena el seguir escribiendo este blog? No, no es que de pronto haya empezado a pensar que una bitácora sea algo inútil porque eso lo he sabido siempre. Lamento si con ello lesiono alguna utopía tipo los blog pueden cambiar el mundo, pueden hacer mejorar el país, pueden contribuir al fomento de la razón o ser la alternativa al abc. Ya somos personas maduras (yo, al menos, estoy a punto de comenzar a pasarme) y como tales podemos soportar la verdad por desagradable que ésta sea. Señores (y señoras) los blogs son algo tan útil como un reloj de sol en plena noche ártica, el ratón Pérez no existe y los Reyes viven en la Zarzuela.

Una vez que hemos sentado (si se quedan de pie se pueden cansar) estas verdades inobjetables, indubitables e inoxidables podemos aplicar la duda metódica y... perdón, por un momento se me han cruzado los cables y he creído ser Descartes (Renato para los amigos). A ver si termino demostrando lógicamente la existencia de Dios y me expulsan del club de ateos irredentos... Si la cruel realidad nos dice que escribir una bitácora y arar el Sahara vienen a ser actividades de utilidad equivalentes y si eso lo he sabido siempre, ¿qué ha hecho que me plantee el seguir o no con estas historias que a nadie interesan? Pues además de la respuesta evidente, que como partidario del pensamiento crítico que soy la duda es una compañera necesaria, algo sucedido en estos días me ha hecho pensar si además de inútil este esfuerzo no acaba siendo ridículo.

Como el valor en la antigua mili, supongo la inteligencia en los seres humanos (por mucho que algunos nos empeñemos con nuestro comportamiento en demostrar lo contrario) y que ésta se demuestra tanto individual como colectivamente. Por eso considero que como la democracia no hay nada, que el común de los mortales posee mucho sentido común y acaba eligiendo lo mejor (o lo menos malo) pese a algún episodio alemán sobre el que correremos un tupido velo para que no nos "chafe" la posición de partida. Por eso, episodios como el de este pasado fin de semana hacen que me avergüence de compartir país con los que fueron capaces de elegir a "eso" para tan alto honor.

Una vez que he constatado que no hay solución para tal desaguisado (es gratis el pareado) como primera opción pensé en mudar de nacionalidad. Imaginé países serios y no como esta España de charanga y pandereta, devota de la frasca y de Frascuelo, a ratos blasfema y a ratos meapilas. En un momento de calentón, Bután o San Marino parecen opciones perfectamente asumibles hasta que uno comienza a cavilar. ¿cómo se llaman los naturales de Bután? ¿Butanos? ¿Se imaginan ir por ahí diciendo que uno es butano? Seguro que le encierran en un manicomio mientras le dicen: "Que sí, que Vd. es butano y ahora le vamos a presentar a Napoleón, a Jesús, a Gandhi y a gasóleo de calefacción. Verá que buena migas hacen todos." San Marino tampoco es una opción perfecta. Puedo olvidar que el nombre del país más que de un atlas parece sacado del santoral, pero lo que no perdono es que una crea que es un puerto bañado por el Adriático y que en realidad sea un cacho peñasco que hace pensar si el gracioso que bautizó eso como San Marino no sería primo hermano del que denominó Santillana del Mar al pueblo cántabro. ¿Alguno más? Bueno, también está Lietch..., perdón, Litch..., no, era Liecht..., que no, que ibas bien al principio, que es Lietch..., que no, que es Lieche... ¡Leches!, el sitio ése. No tardé en descartarlo. ¿Se imaginan Vds. que les preguntan e qué país son y empiezan Vds.: "Pues soy lietch, no, lich, no, liecht... Andorrano, soy andorrano, se lo juro." Así que comencé a pensar en las Islas Caimán pero no tardé en desechar esa posibilidad porque nunca me gustó la ropa de Lacoste. Con eso acabé la lista de países serios así que tendré que conformarme con seguir siendo español mal que me pese.

Después de la fase de indignación comencé con la aceptación: "Bueno, que no es tan malo. Que ya no importa tanto como hace unos años. Que si la abuela pare..." Todo ello en vano porque sólo con ver la cara del sujeto electo me entran ganas de gritar aquello de "Paren el mundo, que yo me bajo" pero, por desgracia, las plazas para ateos de la Cartuja del desierto del Gobi estaban ya ocupadas. Si la cara de tal personaje me suscita tal sentimiento se pueden imaginar lo que experimento cada vez que abre la boca, es la negación del aserto según el cual: "El sentido común es el menos común de los sentidos." En realidad, es el sentido del ridículo el que suele brillar por su ausencia.

Fracasada la fase de aceptación comencé con la negación: "No puede ser cierto, esto es una pesadilla producida por una indigestión de potaje garbancero." No obstante, no tardé en negar la negación en primer lugar porque no había tomado potaje de garbanzos que pudiera ocasionarme tal sueño y, en segundo lugar, porque negar lo evidente es una mala política, en especial para los partidarios del pensamiento crítico. Cuando la jeta del ente triunfante aparece en periódicos y televisiones que jalean su éxito, cuando los tertulianos radiofónicos (ya saben, esos sujetos omniscientes que hablan con la misma seguridad de la situación social en las Molucas que de los riesgos derivados de la manipulación genética en el gusano arenero del Sahel) comentan las razones ideológicas, sociales... de tal victoria sólo queda agachar las orejas y reconocer la realidad.

Después de estas fases digamos sentimentales comencé con la reflexión. Si para mí es evidente que lo mejor que se podría hacer con este personaje es embarcarlo en el primer navío que zarpe con destino a la Antártida y que cuente allí sus milongas a los pingüinos emperador (que seguro que después de tal experiencia se convierten en pingüinos lumpen-proletarios) pero muchos españoles consideran, también de forma evidente, que eso no es así y lo manifiestan en una votación democrática sólo quedan dos opciones, o yo estoy más zumbado que la moto flower-power de un hippie o lo están los demás, o mi percepción de la realidad está notablemente distorsionada o lo está la de los demás. Si donde yo sólo veo a un ente digno de ser botado a las antípodas (con mi petición de disculpas a los neozelandeses por querer enviarles esto) los demás ven alguien digno de su voto o yo o los demás tenemos que ir al oculista o iniciar una solemne rogativa a Santa Lucía (seguros y reaseguros).

Vaaaalllleee, aceptamos pulpo como animal de compañía y que el gusto de cada cual es como el Documento Nacional de Identidad, personal e intransferible. Veamos un pequeño ejemplo. Elabore una lista de los cinco autores de literatura en español que más le guste leer. Concedamos un breve momento para que la elabore y compárela con ésta:

1- Jorge Luis Borges
2- Benito Pérez Galdós
3- Manuel Mujica Láinez
4- Gonzalo Torrente Ballester
5- Ciro Alegría Bazán

¿Cuántas coincidencias presenta con la que cada uno de Vds. haya elaborado? ¿Una? ¿Ninguna? Creo que es difícil que sean más. Aceptemos no sólo las coincidencias en nombre y posición sino también el citar a los mismos autores aunque sea con otro ordinal distinto. ¿Cuántas coincidencias hay incluso con estas facilidades? Una, dos pero difícilmente tres o más. ¿Significa eso que mi lista sea más o menos válida que las suyas? Por supuesto que no. Esto es algo evidente, pero vayamos un poco más allá. Si en vez de cinco autores estuviéramos hablando de cincuenta o cien las cosas cambian. En mi lista aparecerían también autores clásicos como Fernando de Rojas, Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Quevedo, Sor Juana Inés de la Cruz, el Inca Garcilaso... y otros modernos como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Miguel Ángel Asturias, Octavio Paz, Arturo Uslar Pietri, Pablo Neruda, Guillermo Cabrera Infante, Juan Rulfo... Las coincidencias serían entonces mucho más numerosas y más aún si en vez de ser personas de distintos países hiciéramos esta prueba con sujetos pertenecientes a la misma nación (hagan la prueba con sus amigos). Tan cierto es que en el gusto literario (como podríamos hablar de cualquier otro) hay componentes subjetivos como que existen otros ambientales, históricos... que en mayor o menor grado nos influyen a todos. Por eso en el ejemplo que estamos poniendo puede haber diferencias muy notables en una lista restringida pero conforme aumentamos la extensión de la lista termina habiendo muchas coincidencias porque el colectivo de aquellas personas que nos merecen el calificativo de creadores literarios es más reducido de lo que parece. Por todo ello es absurdo el iniciar una discusión sobre si Lew Tolstói era mejor o peor escritor que Jorge Luis Borges, si Shakespeare es más grande que Dante, si Homero es superior a Balzac... pero tampoco tiene sentido el preguntarnos si Dan Brown, Isaac Asimov, Corín Tellado o Juan José Benítez deben figurar al lado de los anteriores como grandes creadores literarios. No, no es ninguna pretensión elitista porque muchos de esos grandes escritores no tuvieron jamás la pretensión de ser patrimonio de una minoría ilustrada sino que, por el contrario, escribieron para el común de la gente. Dickens, Galdós o Mark Twain eran personajes muy populares, el Quijote fue lo que hoy llamamos un best-seller del que incluso se hicieron ediciones "pirata", las obras teatrales de Lope o de Shakespeare se representaban con inmenso éxito... Nos limitamos a señalar la realidad, que existen creadores literarios y personas que escriben libros que pueden tener otros valores (lúdicos, testimoniales, sociales, políticos, económicos...) pero que nada tienen que ver con la Literatura. Existe una zona de sombra en la que no está claro si estamos hablando de Literatura o de mero material impreso (por ejemplo, ¿los libros de Julio Verne tienen algún valor literario o son mero divertimento? Mi respuesta, todo lo discutible que se quiera, es que ni lo primero ni lo segundo). Esto es así porque como cualquier arte, la Literatura es compleja. En ella existe ese algo etéreo que llamamos inspiración como también la originalidad, pero junto a estos elementos está también el oficio de escritor, el conocimiento del lenguaje, de las figuras literarias y de su correcto uso, de la estructura de la obra literaria... Cuando estos componentes aparecen no hay duda de que estamos ante una obra literaria, cuando ninguno de ellos está ni se le espera tenemos la certeza de que estamos ante algo no literario, pero ¿qué sucede cuando existe alguno de ellos pero no los demás? Además este problema se plantea con frecuencia porque es el caso habitual. La Literatura es algo infrecuente, la producción de los malos escritores no suele (solía) ver la luz pública porque es rechazada por las editoriales (de lo que se cuelga en Internet como obras supuestamente literarias me limito a señalar que la inmensa mayoría de ellas dan ganas de colgarse de un pino o de ir a obrar a la mayor velocidad posible). Numerosas obras publicadas se mueven en ese territorio difuso, en ese cajón de sastre entre la pseudoliteratura y la Literatura y, en mi opinión, es bueno que sea así porque si sólo se editasen las obras de gran calidad la mayoría de los meses tendríamos que limitarnos a leer blogs (actividad de lo más desaconsejable desde un punto de vista literario). Proliferan, por tanto, obras bien escritas, con una trama aceptablemente desarrollada... pero que suelen adolecer de falta de originalidad y de algo en mi opinión más grave, de la capacidad de trasmitir un sentimiento real al lector aunque esta carencia intente suplirse en ocasiones con un sentimentalismo ramplón. No obstante, estas obras cumplen con su papel lúdico y, aunque esto se olvida con frecuencia, de formación de nuevos lectores. Nada tengo que objetar a esta situación. El problema surge cuando intentan colarnos gato por liebre y, peor aún, cuando se inventan coartadas para ese proceder.

Ya saben que en este blog critico afirmaciones pseudohistóricas para poder ofrecer un punto de vista distinto al habitual en las publicaciones esotéricas, pero no considero que esas afirmaciones tengan, por lo general, ninguna peligrosidad social. No son Vds. mejores o peores personas, no tienen mayores ni menores virtudes cívicas por creer o no que la Sábana Santa sea auténtica o más falsa que un euro de corcho, por creer o no que la Orden del Temple continuó existiendo en la clandestinidad después de la supresión papal y que terminó dando origen a la Masonería, por creer o no que Jesús y María Magdalena tuvieron hijos y que los cátaros conocían ese secreto... Sencillamente yo no creo nada de eso y expongo mi punto de vista con la argumentación correspondiente y con la presentación de las pruebas que soportan mi discurso. El que Vds. acepten o no todo ello, el que acepten una parte sí y otra no... no es algo que me importe porque todo esto no es más que un mero juego intelectual. Vds. tienen la posibilidad de recabar información de todas las partes para tomar su propia decisión sobre estos temas y si esta bitácora tenía algún sentido era éste, el de presentar el punto de vista de una de los bandos. Nada de este debate tiene repercusión en el mundo real más allá de que pueda interesar económicamente a determinados escritores, localidades... el mantener vivos algunos de esos supuestos misterios, algo que tampoco hace que me rasgue las vestiduras (con lo que me gusta la camisa que llevo puesta...) porque en una economía de mercado cada uno tiene la libertad de intentar vender lo que le dé la gana (mientras no incurra en delito, que no es el caso).

No, lo realmente preocupante es la extensión del relativismo a todos los niveles, cultural (tiene la misma importancia la obra literaria de Corín Tellado que la de Jorge Luis Borges), político (los regímenes democráticos y los dictatoriales son igualmente respetables cuando el dictador se dice partidario de mi propia ideología), social (los emigrantes tienen derecho a mantener su propias costumbres incluso si éstas entran en colisión con la legislación del país en el que residan)... todo ello, por supuesto, basado en que "todo son meras opiniones y todas son igualmente válidas". Comprendo perfectamente que esta forma de (no) pensar encuentre campo abonado en España porque satisface dos requisitos para ello, fomenta la pereza intelectual (a fin de cuentas, para qué gónadas procreativas tengo que informarme, reflexionar... si todas las opiniones son igualmente válidas qué más da que sea un opinión informada o no, irreflexiva o no) algo muy atractivo en un país en que muchos hacen suyo aquello de "Libres nos de la funesta manía de discurrir", y se asemeja mucho a lo que alguno definió como el deseo de todo español, llevar una carta en el bolsillo en el que las autoridades pertinentes manifestaran: "El portador de la presente está autorizado a hacer lo que le dé la gana". Vagancia y anarquía mal entendida, sólo falta para ser el cumplimiento de los tres deseos del españolito medio que esto sirviera también para servir de coartada al hedonismo más desaforado y menos comprendido (pues ahora que lo pienso...) porque este país que alguien pretendió sirviera de ejemplo de ascetismo sólo lo fue por pura y simple necesidad ya que el que se lo podía permitir hacía las bodas de Camacho. Pese a ello, uno tenía el convencimiento (evidentemente errado) de que por muy superficialmente atractivo que resulte el relativismo, la mayoría de la gente, en el fondo, comprendía que esto es un disparate, que no tiene la misma validez la afirmación: "el consumo de cocaína es perjudicial para la salud" que la afirmación: "el consumo de cocaína favorece la socialización y, por tanto, la diversión". Sin embargo, estaba una vez más (y van trescientasmilylaburra y las que vendrán...) equivocado. Si la mayoría de la gente es capaz de elegir en votación democrática a tal engendro, de avalar un producto que sabemos horroroso... es que el relativismo ha triunfado, que a nadie le importa si eso es una mier..., que la búsqueda de la excelencia es equiparable a la parida cuartelera o a la gracieta tabernaria, que el espíritu del señorito de casino al que le importaba tres carajos atropellar lo que fuera o a quién fuese con tal de gastar su bromita para solaz propio y divertimento de sus amigotes no sólo sigue viva sigo que impera. Y con ese panorama, este blog ya no sólo no tiene utilidad (que nunca la tuvo ni lo pretendió) sino que carece hasta de sentido al menos en su forma actual. A fin de cuentas, para qué molestarse en elaborar (al menos, en pretenderlo) un discurso correcto si al personal no es sólo que no le vaya a convencer (algo que tampoco pretendo, el proselitismo no es lo mío) sino que ni siquiera le importa. Es más, tengo la sospecha de que si en vez de emplear el tono habitual en esta bitácora, colgara textos como éste: "Fulanito (personaje irreal, no crean que estoy pensando en nadie concreto) que ya estafó al personal vendiendo su libro XXXXX como hechos reales, demuestra una vez más que es un sinvergüenza cuyo lugar debiera ser la cárcel al presentar en Teleleches su serie de pseudodocumentales YYYYYY. Llega a tal extremo su ignorante atrevimiento que comienza con un capítulo dedicado al Estropajo de Turín, tema del que este imbécil no tiene ni puta idea, lo que tampoco es ninguna novedad porque si fuera más tonto sería porque se entrena para ello, y todo esto... ¡¡financiado con nuestros impuestos!! Si es que ya se sabe que ladrón rima con cabrón... Y mientras los poderes públicos malversan fondos para fomentar estas gilipolleces, no hay ni un duro para la organización de nuestras jornadas multidisciplinares "La Iglesia al paredón" sin duda por la nefasta influencia de los peperos, que son en su mayoría unos golpistas fascistas de mierda..." tendrían mucha más repercusión, pero, francamente, siempre he pensado que ese lenguaje plagado de insultos gratuitos, además de demostrar la escasez de recursos de quien no puede hacer atractivo su discurso de otra forma, evidencia una notable falta de ética en los que lo emplean e incluso más, también una notable falta de estética. A esto que algunos entienden como la forma fetén de disputar, siempre se le ha llamado discutir como verduleras y este lenguaje soez siempre se ha considerado como propio de arrieros. Con todo el respeto a unas y a otros (y sin entrar en la cuestión de si esas identificaciones resultan justas o injustas) estas profesiones no han sido nunca sinónimos de árbitro de la elegancia. Esto es, sencillamente, el triunfo de lo casposo que algunos quieren confundir con lo popular.

Si triunfa la caspa, si los freakies campan por doquier, si lo ridículo se convierte en norma... ¿lo normal no acaba convirtiéndose en ridículo? ¿Qué salida nos queda a los que odiamos esa estética? En principio pensé que sólo podía hacer mutis por el foro, realizar un último saludo en el escenario y esperar tiempos mejores porque esta moda como todas las demás pasarán (y en este caso sin dejar la menor huella más allá de unas imágenes que resultarán bochornosas con el paso de los años como ya pasó, por ejemplo, con el estilo Manero). Sin embargo, una reflexión sobre la saga de H.P. me recordó aquello que siempre hemos sabido, que hay cosas contra las que hay que luchar sin descanso. Me niego a aceptar lo cutre, lo mediocre y aunque este trabajo sea inútil e incluso sea ridículo acepto lo uno y lo otro porque como ya dijo Camus al hablar del mito de Sísifo, tal vez esa condena a subir por la ladera de una montaña una bola de piedra que al llegar a la cima acababa rodando nuevamente hasta el valle con lo que Sísifo debía comenzar nuevamente su tarea no sea realmente una maldición, tal vez el trabajo, por sí mismo, tenga sentido y, quizás, Sísifo sea feliz.

Pues eso, que hemos elegido democráticamente a este personaje y a su magna obra para que represente a España. Propongo que, de acuerdo con este precedente, a la próxima edición de los Oscar de Jolibú mandemos "Karate a muerte en Torremolinos" (ya, ya sé que no es posible por las normas de los premios de la Academia pero ¿importa eso?) y que el equipo de balompié que participe en la próxima Eurocopa esté formado por los integrantes del Steaua del Carrión. Además, el equipo olímpico de baloncesto puede estar integrado por los enanos del Bombero Torero, al Festival de la OTI podemos enviar a la Terremoto de Alcorcón... la gama de posibilidades de freakismo casposo es casi ilimitada y si lo permitimos con temas culturales ¿por qué no ampliarlo a todos los campos de la actividad humana? Por favor, que nombren a Leonardo Dantés embajador de España en Venezuela. ¿Se imaginan los duetos que podrían realizar el casi conde de Montecristo con el presidente Chávez? Filarmonía en estado puro. Freakies del mundo, uníos. El futuro es vuestro si al resto de la gente le parece que tenéis gracia aunque no tengáis ninguna.

 

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