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Escritos desde el páramo

Farsa y licencia del novelista chapucero con la receta para escribir best-sellers en un día acompañada de espuma de crítica literia y social.

Debo reconocer que cada día me siento más feliz de ser español. No teman que me haya dado la vena patriotera porque ninguna de las figuras de la trinidad Dios, Patria y Rey, consigue ponerme lo más mínimo. Se trata de algo puramente lúdico. ¿Pueden imaginar un país más divertido que éste? Es como un circo de tres pistas en la que todos los artistas quisieran actuar simultáneamente en la central con lo que nos podemos encontrar a un domador metiendo la cabeza entre las fauces desencajadas de un feroz payaso mientras Sansón levanta el cañón del hombre-bala (lo que provoca que éste se pegue el "carajazo" padre) y los leones del Atlas dan buena cuenta de los tele-tubbies entre el regocijo de la chiquillería.
Caótica, surrealista y absurda. Así es España, lo que sucede es que algunos lugares son más españoles que otros. Por ejemplo, los páramos en los que moro de la morería, tienen muy poco carácter patrio. Podrían ser intercambiandos con los páramos ingleses y no habría demasiadas diferencias (y las que hubiera no se verían a causa de la niebla). Sevilla es algo distinto. No puede estar más que en Andalucía, España. En cualquier otro país estaría más desubicada que una drag-queen en un retiro espiritual de las Nobles Damas de Santa Reparata, virgen y mártir.
Ese barroquismo conceptual y formal, ese juego de luces y sombras, de riqueza y pobreza desmedidas no puede tener otro acomodo que nuestro país. Sin duda para incrementar ese caudal contrapuntístico, el Excelentísimo Ayuntamiento de Sevilla está pensando en invitar a mi admirado Dan Brown a visitar la ciudad.
¿Y eso a qué viene? -se preguntarán Vds- (¡se lo pregunten, coño!). Olvídense de toda lógica y toda realidad a partir de este punto, porque vamos a adentrarnos en la esencia de lo español, es decir, en los dominios del absurdo y lo surreal.
Verán, don Dan (din-dong, son las dos en el reloj de nuestro estudio) escribió (parió, defecó...) tres ¿novelas? antes de "El código da Vinci" ninguna de las cuales encontró, afortunadamente, editor en España porque con la producción de basura literaria propia tenemos más que suficiente para asegurar el autoabastecimiento. No obstante, bastó el éxito comercial de "El código..." para que se hayan recuperado esos textos inéditos en nuestro idioma. Ya contamos con ediciones de "Ángeles y demonios" y de "La conspiración" y se anuncia la próxima aparición de "Fortaleza digital", opera prima del juntaletras norteamericano que ha añadido un capítulo perfectamente prescindible a la historia de la literatura universal, el titulado "Engendros pseudoliterarios en el siglo XXI".
Pues bien, en esa primera entrega de cómo destrozar la literatura, reírse de los lectores y forrarse en el intento, don Dan hace que parte de la acción trascurra en Sevilla.
Ya entiendo -pensarán Vds-. Habrá ensalzado la ciudad y sus gentes y el Ayutamiento, con buen criterio, estará pensando recompensar así la publicidad gratuita, porque este tipo es un tuercebotas literario pero cuenta con millones de lectores así que...
Eso sería lo lógico, pero estamos hablando de España. Dan Brown pone como chupa dómine a Sevilla.
No entiendo nada. Pone a parir la ciudad y, sin embargo, el Concejo sevillano piensa invitarlo. Si llega a hablar bien de la ciudad, le regala la Giralda, por lo menos.
Lo curioso es que si ése hubiera sido el caso, seguramente no le hubieran dado ni las gracias. ¿Qué ése es un comportamiento, a fuer de injusto, absurdo? Bueno, tanto como pagar presuntamente elevadas facturas por trabajos nunca realizados mientras las deudas reales se liquidarán cuando proceda (un par de días antes de las kalendas griegas, más o menos).
Además de injusto y absurdo, ése sería un gesto inútil puesto que don Dan ya conoce Sevilla (o eso dice él) ya que estudió Arte en su universidad, algo que no está corroborado por dicha institución que asegura no poseer ningún expediente académico suyo.
Esto nos deja dos posibilidades igualmente sugerentes, que diga la verdad o que mienta.
Si Brown dijera la verdad y hubiera vivido una larga temporada en Sevilla, esto nos dejaría otras dos opciones. O bien su estancia en la capital hispalenses fue maravillosa pero él no ha tenido el menor empacho en convertirla en la ficción en algo así como la antesala del Infierno (y si eso merece recompensa, ya me dirán Vds. por qué), o bien ese periodo no fue un lecho de rosas y sí de Procrusto.
Tomemos esa suposición y empleémosla como base para escribir un best-seller a la manera browniana, es decir, absurdo de principio a fin, trufado de tópicos ridículos y situaciones rocambolescas resueltas con torpeza infinita.
Imaginemos un atractivo estudiante universitario estadounidense de inteligencia privilegiada (como Forrest Gump, más o menos). Nuestro héroe llega a Sevilla y comienza, ¿como no?, por subir a la Giralda, ese minarete árabe que los conquistadores castellanos convirtieron en inmenso falo como paliativo de su complejo de micropene. Sus tribulaciones comienzan cuando está a punto de despeñarse del monumento. No, no piensen que estaba ascendiendo en arriesgada escalada libre por el exterior del monumento, sino subiendo por las escaleras interiores lo que tiene mucho más mérito especialmente porque la Giralda no tiene escaleras sino rampas.
Ante las airadas protestas del estudiante estadounidense por la peligrosidad de las inexistentes escaleras (ya dijimos que es poseedor de una inteligencia privilegiada) y su negativa a practicar ese deporte de alto riego conocido como el Giralding, interviene la corrupta e incompetente policía española, que se lo lleva detenido en lo que constituye la segunda entrega de las tribulaciones de un estadounidense en Sevilla. Nuestro protagonista exige a gritos que lo entreguen a las autoridades de los USA para su confinamiento en Guantánamo, pero no tiene ese suerte porque es conducido a la tenebrosa mazmorra del cuartelillo donde está a punto de ser fileteado por una cuchilla gigantesca amén de casi caerse a un pozo sin señalizar, escena nunca vista en los anales (les prometo que no empleo esta palabra con segundas intenciones) de la literatura norteamericana sobre España. Todo ello sin mencionar la inhumana tortura a la que es sometido, escuchar la discografía completa del cantaor Quisquilla de la Isla. La experiencia es tan traumática, que nuestro héroe debe ser conducido al Hospital General (bueno, es tan malo que debiera ser degradado a Hospital Sargento Chusquero) de Sevilla ante el temor de que fallezca y Jorge Arbusto envíe unos cuantos B-52 a arrasar la ciudad como represalia.
Así, nuestro protagonista se recupera del coma musical sólo para encontrarse amarrado a una mesa de operaciones mientras le preparan para una amputación de la pierna derecha a la altura del húmero (no creerán Vds. que los médicos sevillanos saben algo de anatomía ¿verdad?). Nuestro héroe no puede por menos de asustarse ante el hecho de que el serrucho esté oxidado y que la única anestesia que le apliquen consista en un sorbo de agua de Carabaña (el Jack Daniels empleado habitualmente para ese menester, acaba de terminárselo el barbero que va a proceder a la amputación), pero como tiene un inmenso valor (si es que Dios hizo en él maravillas) se niega a dar señales de temor. Cuando el barbero de pulso tembloroso (además de por la ingesta de bourbon es que tiene Parkinson. Vamos, que como para ir a robar panderetas, el tío) está a punto de comenzar a cortar por lo sano (es decir, unos centímetros por debajo del ombligo) es requerido para una operación urgente a vida o muerte, tiene que extirpar un lobanillo en la oreja izquierda al burro del alcalde (entiéndase, al asno propiedad del regidor municipal). Nuestro protagonista queda abandonado en el lóbrego quirófano a merced de los picotazos de una banda de gallinas asilvestradas que sentaron allí sus reales en tiempos de san Fernando. El peligro de que estropeen su cutis suave como culo de bebé es terrible, pero logra desasirse de sus ataduras pues no en vano es consumado maestro de yoga, kama-sutra y papiroflexia.
Una vez libre, se coloca un vestido que por allí encuentra abandonado y que resulta ser un traje de lagarterana con todos sus accesorios y complementos. Así, de lo más mono, sale al pasillo donde se encuentra con otro mono, esta vez de los de verdad. Se trata de un gorila albino, producto de las relaciones sexuales contra-natura de un asesino albino y del simio de la calle Morge cuando ambos cumplían condena en el terrible penal de Andorra. El gorila comienza a perseguir a nuestro héroe sabe Dios con qué perversas intenciones (lo demás lo sospechamos). Se masca la tragedia como si de un chicle se tratase. La tensión es muy elevada (hipertensión, se llama eso) cuando el Hospital tiembla hasta sus cimientos. No, no se trata de un terremoto. Es el lamento de doscientas plañideras conmovidas por el fallecimiento del jumento del alcalde (entiéndase, del rucio propiedad del regidor municipal) que acaba de estirar las cuatro patas gracias a los ciudados recibidos, a saber, una sangría, dos limonadas y tres aplicaciones de sanguijuelas. Por desgracia, el barbero, pelín ofuscado por los vapores etílicos, confundió una víbora de Vilafranca de las empleadas para elaborar la Triaca Magna con una sanguijuela, error que hizo inevitable el fatal desenlace.
Aprovechando la confusión creada por el patético canto a capella de doscientas horripilantes voces de "Ya se murió el burro/ que traía la vinagre/ ya se lo llevó Dios/ de esta vida miserable./ ¡Qué turururú!/ ¡Qué turururú!" nuestro protagonista consigue dar esquinazo al gorila albino metiéndose bajo las sayas de la imagen de Nuestra Señora de Regla y Cartabón que en esos momentos procesiona por el pasillo del hospital.
Sin embargo, un nuevo peligro acecha a nuestro intrépido héroe. Si hubiera visto Misión Imposible II lo sabría, pero él no tiene tiempo para el cine de consumo. Sólo ve películas made in Mongolia, Beluchistán... así que ignora que al terminar las procesiones españolas de Semana Santa se queman los pasos mientras la fallera mayor llora desconsolada. Héte aquí a nuestro protagonista rodeado de fuego como una hamburguesa en el Burriquín ése. ¿Qué puede hacer? En ese momento desesperado encuentra en el bolso del vestido de lagarterana un traje ignífugo con equipo de respiración autónoma incluido. Así ataviado consigue atravesar la ígnea barrera pero ignora que ha salido de las llamas para caer en las brasas.
La multitud que está contemplando el prendimiento de la procesión (francamente, siempre creí que la Procesión del Prendimiento era otra cosa) comienza a gritar "¡Un extraterrestre!" "¡Llamad a Benítez!" lo que provoca la inmediata intervención de cuatrocientos hombres de negro camuflados bajo los hábitos de la Hermandad del Santísmo Cristo de Roswell. Cuando están a punto de hacerle la autopsia en vivo con un cucharón de palo interviene un sacerdote, un misionero dominico enviado a Sevilla para convertir infieles, que deshace el entuerto declarando que ése no es extraterrestre sino hereje luterano, calvinista o anabaptista, aborto de Satanás, discípulo de Lucifer, hez del Infierno y socio del Sevilla F. C. La plebe decide organizar un Auto de Fe justo al lado de los Autos de Choque aprovechando el rescoldo producido por la quema de las esculturas procesionales (ya dijimos que había salido de las llamas para caer en las brasas). Cuando el protagonista siente que las llamas lamen sus pies y las vicuñas sus [censurado], tiene una idea genial. Realiza con el sanbenito una especie de bolsa que al llenarse de aire caliente le hace ascender por las alturas. La gente grita "¡Milagro, milagro!" mientras el sacerdote dominico intenta infructuosamente poner una conferencia telefónica al Vaticano para pedir instrucciones a su padre, el Papa, (no sean mal pensados que no fue fruto de una coyunda sino de inseminación artificial) por lo que debe recurrir al tam-tam.
Nuestro héroe, después de ceder el paso a un tal Cyrano de Bergerac que también practica la aeronaútica sin avión, se encuentra con la desagrable sorpresa de que la bolsa se enfría lo que provoca su caída en picado. Mientras tres banqueros se suicidan arrojándose de la Giralda, nuestro protagonista logra dirigirse al Guadalquivir en el que se sumerge junto al puente de la Barqueta después de realizar un óctuple salto mortal carpado con cuádruple tirabuzón y rematado con espectacular corte de mangas que le merece diez puntos por parte del jurado y trescientos dieciocho por parte de los servicios médicos de urgencias de la base aeronaval de Rota a donde es conducido después de ser rescatado por el Séptimo de Caballería al mando de Rin-tin-tín. Termina así el argumento de nuestra veraz y plausible historia.
Sin embargo, la posibilidad de que Dan Brown mienta también da pie a interesantes reflexiones. La primera es, por supuesto, qué credibilidad merece alguien que miente en algo de importancia menor. Francamente, a nadie le importa un huevo si Dan Brown parió la idea de "El código..." cuando estudiaba arte en Sevilla o cuando desarrollaba su entrevista matutina con el Sr. Roca (habida cuenta del resultado final, esto es más probable). De nuevo deberíamos preguntarnos ¿qué pretende en ese caso el Ayuntamiento de Sevilla planteándose el invitarlo? ¿Que Dan Brown conozca de verdad la ciudad sevillana? ¿Y después qué? Porque si ha mentido en una ocasión ¿qué le impide volver a hacerlo? No quiero ni imaginarme qué libro podría escribir a continuación. Por ejemplo, un señorito andaluz cabalga por la ciudad llevando a la grupa a una gitana cartomante que no hace más que decir "¡Ozú, mi arma!" mientras intenta ocultar su verdadero amor, el "toreador" Iguanijo... todo ello trufado de referencias a las yeguas fecundadas por el viento de la mitología prerromana, a las cartas del Tarot, a los juegos taurinos cretenses en honor de la diosa Madre... para acabar en que Robert Langdon acompañado por un florero humano del sexo femenino encuentra la mesa de Salomón ahumado, el huevo de Colón, la descendencia de Jesús y María Magdalena y los enanitos de Blancanieves en la basílica de El Palmar después de haber descifrado el código oculto en las pinturas de Velázquez y salvando la oposición de dos curas del Opus, tres jesuitas, cuatro dominicos y cinco carmelitas descalzos. Por no hablar de las intevenciones estelares de los piratas de la Isla de la Cartuja, los Siete Niños de Écija y los pistoleros de Kansas City Avenue. Ya puestos, hasta le regalo el título: "El código Velázquez". Éxito garantizado.
Como ya está bien de sarcasmos, hablemos en serio (si es que eso es posible tratando de tan curioso autor y de sus obras). En este santo país a nadie se le movió ni medio pelo (bueno, salvo a los católicos y un par de ellos más entre los que me cuento) por la sarta de disparates que contiene su opera magna (en ventas, porque lo que es en otra cosa...), "El código da Vinci".
¿Que dice que la torre Eiffel es un símbolo fálico gigantesco erigido para superar el supuesto complejo francés por ser gobernado por enanos como Napoleón y Pipino el Breve (olvidémonos de que Carlomagno era una gigante no sea que se vaya la tesis a tomar por donde amarga el pepino)? No importa, es ficción.
¿Que dice que Andorra es una colonia penal francesa? No importa, es ficción.
¿Que no se sabé qué coño se cree que es Oviedo para que el Opus envíe allí misioneros? No importa, es ficción.
¿Que dice que Sevilla es una ciudad tercermundista? Esto es una ofensa intolerable. ¿Qué se ha creído el hijo de yanki éste? Esto es una afrenta a la nación española, un ultraje, un síntoma de lo patanes que son los norteamericanos, de su ignorancia de la realidad europea...
Ahora es "el llanto y el crujir de dientes" cuando algunos ya dijimos que la idea que tiene Dan Brown de documentarse para escribir una novela se reduce a asegurarse de llevar encima el permiso de conducción cuando se sienta frente al procesador de textos.
Los disparates sevillanos de "Fortaleza digital" no son peores que los que comete contra París en "El código..." y ambos por el mismo motivo, porque con independencia de si pisado alguna vez esas ciudades (que él sabrá si ha sido así o si ni eso) no tiene ni puñetera idea de cómo son realmente.
Cuando ese texto se haya traducido a nuestro idioma la gente podrá comprobar la sucesión de "burradas" que contiene y, tal vez, entonces comprenderán lo que hay de cierto en sus historias sobre da Vinci, María Magdalena, el Grial, el Priorato de Sión... y que es lo mismo que lo que dice de las escaleras de la Giralda, un disparate tras otro.
Y por cierto, ¡qué ciudadanía tan culta hay en España! "Semos" de lo más "cosmopolitan" del mundo mundial. Hasta ahora muchos no se habían dado ni cuenta de los disparates cometidos al describir París en "El Código..." señal inequívoca de la superioridad de la educación patria sobre los norteamericanos que son unos zoquetes y no como nosotros. Somos maravillosos. Somos fantásticos.

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