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Escritos desde el páramo

Cumpleaños postrero

Las recomendaciones de la entrada anterior tienen algo en común, trasmiten un sentimiento de melancolía apropiado para preparar lo que hoy quería comentarles. El 21 de octubre de 2004 comenzó la andadura de este blog. Un lustro es mucho tiempo, al menos para los que sentimos la obligación de replantearnos continuamente nuestras acciones. Por eso les anuncio que esta entrada es la última que publicaré en esta bitácora y que, por tanto, este quinto aniversario es el postrero.

¿Razones? Una descuella, el desencanto. En estos cinco años he advertido que la Historia apasionadamente objetiva (parece una contradicción, pero no lo es) es despreciada por el común, y que, por tanto, haría mucho mejor en contar lo que la mayoría de la gente quiere oír y no en intentar narrar lo sucedido realmente incluso si esa verdad molesta. Sin embargo, eso me resulta moralmente inaceptable. No puedo hacerlo porque eso sería negar la propia esencia de la Historia. Soy incapaz de traicionar lo que amo.

El otro motivo recurrente en este blog, el pensamiento crítico, me parece que ha devenido en algo nauseabundo a lo que no puedo guardar el menor aprecio. Al escribir esto no me refiero a su planteamiento intelectual que se me antoja cada día más positivo sino sólo a lo que atañe a los modos que emplean sus supuestos defensores. Recuerdo cuando hace años (muchos) comencé a participar en la lista La Corrala. Allí estaban gente como Félix Ares de Blas, Javier Armentia Fructuoso, José María Bello Diéguez, Ernesto José Carmona Riesco, Luis Alfonso Gámez Domínguez, Fernando L. Frías Sánchez.. y después ingresaron otros como Julio Arrieta o Mario del Río. Entre todos (y gracias también a otros muchos que no menciono por no alargar aún más el artículo pero que no recuerdo con menor aprecio y cariño) convirtieron aquella lista en un lugar de intercambio de información, en un medio para la crítica bien fundada y con grandes dosis de ironía pero siempre con respeto. Hoy, en cambio, cuando miro a los que dicen defender posturas escépticas veo fundamentalmente desconocimiento y chulería, la antítesis de lo que debemos procurar, el conocimiento y la humildad. Permítanme explayarme en esto por última vez, el escepticismo no es un fin, es un medio para alcanzar un conocimiento lo más fiable que podamos. Pretender hablar sobre algo que se desconoce no es ni puede ser compatible con el escepticismo. Por otra parte somos falibles y todo lo que queramos crear adolecerá de imperfección. Los métodos que hemos desarrollado como el método histórico o el científico no nos garantizan la Verdad. El hecho de que la Verdad absoluta, inmutable... sea inaccesible hace que todo lo que podemos intentar sea aproximarnos. De ahí debe nacer la humildad porque aunque sepamos que nuestro discurso es riguroso, que está realizado conforme a las mejores metodologías que hemos podido crear los seres humanos... eso no supone que el día de mañana no pueda demostrarse erróneo.

Tampoco debemos pensar que el escepticismo sea única y exclusivamente positivo. Soy escéptico porque creo que sus consecuencias beneficiosas son mucho mayores que las nocivas pero eso no significa que éstas no existan. Pongamos un ejemplo, supongamos que una de las malvadas multinaciones farmacéuticas (espero que se entienda la ironía) descubre un medicamento eficaz contra el cáncer de páncreas (por decir algo). Hasta que ese medicamento se comercialice pasarán años porque esa malvada multinacional debe demostrar no sólo su eficacia sino que no tiene efectos secundarios tan perjudiciales (o más) como la enfermedad a la que combate. Eso es algo necesario (pensamos que en caso contrario cualquier aprovechado podría comercializar falsos medicamentos o, peor aún, medicamentos nocivos para la salud de los consumidores) pero eso no servira de consuelo a las familias de los pacientes que fallecerán durante esos años.

Tampoco el escepticismo es omnímodo, no tiene respuestas para todas las preguntas que nos planteamos porque muchas de ellas están basadas no en la realidad sino en intangibles, las creencias y los sentimientos humanos. Nada podemos decir como escépticos de la amistad, el amor, de lo que le place o lo disgusta... como tampoco de lo bueno y lo malo lo que supone una inmensa carencia, el escepticismo no puede generar una ética.

Y siempre deberíamos tener algo presente, la libertad individual. Éste es mi camino, el que yo he elegido entre los distintos posibles. Su elección puede ser distinta y eso no supone que sea menos digno de respeto como persona. De ahí se debe extraer una conclusión, la sociedad (que nace del consenso de los individuos) no tiene por qué ser escéptica. Compañeros (y en algún caso amigos) míos defienden cosas como que los cargos políticos deben prometer sus cargos y nunca jurarlos, que en los medios de comunicación públicos no debe haber lugar para los contenidos pseudocientíficos, pseudohistóricos... disiento de estas opiniones. No encuentro que haya ningún valor superior a la libertad y sólo uno que lo iguale, la vida. Todos los demás deben estar supeditado a estos dos derechos sin otra restricción que la que marque la ley. Si yo fuera cristiano y accediera a un cargo público ¿en base a qué tendría que prometer mi cargo en vez de jurarlo si así lo estimara conveniente? Si yo fuera creyente en, por ejemplo, que podemos ponernos en comunicación con los espíritus de los muertos ¿por qué debería tener vetado el acceso a los medios públicos para defender esa creencia? Para algunos esas prohibiciones son necesarias en aras del laicismo, del bien público... para mí eso son excusas que buscan socavar la libertad del individuo. Siempre he considerado que el escepticismo español ha dependido en demasía de los científicos (o de los divulgadores científicos) hasta el punto de que muchos consideran que escepticismo y método científico son una misma cosa. Echo en falta la reivindicación de un esceptismo vinculado al humanismo, crítico con las afirmaciones pero respetuoso con los individuos porque incluso la persona que siga el mayor disparate que podamos concebir (por ejemplo, en que la Tierra es el centro del Universo y, además, es plana y hueca) y aunque se empecine en su creencia y haga oídos sordos a todas las pruebas y argumentos que podamos presentar, incluso entonces es un ser humano dotado de la misma dignidad que el resto de los hombres. En ese reconocimiento (que no implica compartir) de los valores del otro se basa la tolerancia.

Hoy, en cambio, la lectura de los comentarios en casi cualquier bitácora escéptica (por cierto, ésta es una de las pocas excepciones que existen, algo que les agradezco muy sinceramente) provoca el sonrojo y no precisamente por los argumentos de los "otros" sino por los "nuestros". Dudo que alguno lo comprenda, pero el decir que el otro es gilipollas, tonto del culo, que se le ha olvidado tomar la medicación... no es ningún argumento válido y sí una de las falacias lógicas, la argumentación ad hominem. Creer que se defiende el pensamiento crítico cuando lo único que se hace es emplear falacias lógicas es para miccionar y no echar gota. Lo que era un magnífico sueño se ha tornado atroz pesadilla. Despertemos.

Sin embargo, ese desencanto no es sólo externo sino también interno. Cada vez estoy más descontento de mi trabajo. Cada vez en menos ocasiones pienso que he acertado tanto en el fondo como en la forma de un artículo, que he sido capaz de plasmar en palabras todos los matices y complejidades inherentes a los diversas temas. Esa sensación de incapacidad se va acentuando porque considero que cada vez escribo peor y, lo que es más negativo, que el intento de ser breve supone, en realidad, mutilaciones inadmisibles. Todo ello me ha convencido de que no tengo más salida que acabar con este blog, que esta etapa de mi vida está cerrada y que éstas son las últimas palabras que escribo como escéptico.

Sólo me queda dar las gracias a todos Vds. los lectores de esta bitácora (muchos más de los que jamás soñé que tendría) y pedir disculpas a todos aquéllos a los que haya podido molestar. Eso es todo, amigos.

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