Decimotercer misterio jocoso: Heterodoxos de verdad (I)
Viene de aquí
Después de no dejar títere con cabeza en Rennes-le-Château, D. Lorenzo prosigue con su viaje iniciático. Comienza por visitar el centro esotérico de un tal Saqbel Zos (no me pregunten quién es en realidad porque no tengo ni idea) en una nueva muestra de la capacidad de sacrificio de nuestro autor. La narración de lo sucedido allí es realmente estremecedora. Lean, lean:
"Al penetrar en el interior las miradas se perdían entre los humos antagónicos de una espesa nube de hachís. La estética de aquel lugar era más cercana a la de un lupanar barato que a un centro espiritual." (Pág. 149)
Por si los porros y la pinta de puticlub de todo a 100 fueran poco motivo de alarma (servidor hubiera puesto pies en polvorosa sin esperar a más) la descripción de su anfitrión es para conservarla en la memoria:
"De no ser consciente de lo que hacía allí, hubiera pensado que ese hombre delgado y palúdico me odiaba como solo se puede odiar a un enemigo." (Pág. 150) No me pregunten qué quiso decir el Sr. Fernández Bueno al calificar a Saqbel de "palúdico" porque, nuevamente, no tengo ni idea. En fin, esperemos que no hubiera por allí algún mosquito anofeles despistado...
Como pueden suponer, de estos polvos vienen unos lodos considerables. D. Lorenzo se traga un "líquido infecto" que le hace "viajar" sin necesidad de coche, avión ni carrito de los helados. Los primeros efectos consisten en:
"Pese a todo ello era plenamente consciente de lo que aquel gurú me estaba espetando. Y en contra de toda lógica, él, que hacía unas horas reflejaba las virtudes propias de un santón, a cada segundo iba mutando desde mi percepción en un personaje horrendo y detestable al que en otras circunstancias, fuera de todo control, hubiera golpeado hasta la saciedad." (Pág. 151) No obstante, no deben preocuparse ni por el gurú ni por el escritor porque la sangre no llega al río. Con la mente abierta gracias a la pócima, D. Lorenzo hace tres preguntas:
"-¿Cuál es el secreto?
-El heredero.
-¿Dónde se encuentra?
-En el camino, seguro..." (Pág. 151)
No se crean que el Sr. Fernández Bueno no sabe contar hasta tres. Hace una última pregunta, pero la respuesta es tan estremecedora que, de momento, la oculta. Después de tanto sacrificio por la causa, D. Lorenzo se despierta en la habitación de su posada gracias al "canto armonioso de un gorrión" (¡qué bonito toque bucólico!). Eso sí, entre uno y otro episodio ha perdido un día.
En ese momento, el Sr. Fernández Bueno recuerda un "emilio" que le envió su mentor, Geoffrey, y nos lo transcribe. Su contenido es realmente portentoso:
"Querido amigo.
Se dice que cuando la toma de Montségur, por la noche un pequeño grupo de personas escapó de la fortaleza llevándose un tesoro. Ese "tesoro" eran dos niños, uno de ellos muy importante por el linaje de "sangre real" al que pertenecía.
Una de las personas que escapó de la fortaleza y proporcionó los medios para la huida con los niños fue el bailio del Temple de la cercana fortaleza de Rénnes-le-Château.
Parece que no es arriesgado pensar que el templario ocultara al niño en su encomienda. Un lugar cercano, tranquilo y seguro.
Como sabes, años después un cura curioso encontró unos manuscritos que se referían a unas genealogías.
Pásalo bien.
Non Nobis..." (Pág. 153)
Y digo que es portentoso porque tal sucesión de chorradas bate la propia plusmarca de D. Lorenzo (lo que indudablemente excede de lo corriente). ¿Por qué? Pues por varias razones. Veamos. Durante el asedio a la fortaleza cátara de Montségur se sabe que escaparon varias personas en distintas ocasiones. Las primeras fueron los hermanos Pierre y Matheus Bonnet que pusieron a buen recaudo el tesoro de los cátaros que no consistía en ningún niño sino, de acuerdo con la declaración que realizó Imbert de Salles ante la Inquisición después de la caída del castillo, en "oro, plata y una infinita cantidad de monedas" [1] (Pág. 212) en la Navidad de 1243. Según el mismo testigo (que era sargento de la guarnición de Montségur) su destino era la cueva de Lombrives o una gruta fortificada del Sabarthès.
Con posterioridad, durante la tregua previa a la rendición de la fortaleza (del 2 al 16 de marzo de 1244) huyeron cuatro personas más. Los nombres de tres de ellas, según algunos, eran Hugo, Poitevin y Amiel Aicard (se ignora el del cuarto). Según la declaración de Arnaud-Roger de Mirepoix ante la Inquisición: "para que la Iglesia de los herejes no perdiera su tesoro que estaba escondido en los bosques y ellos sabían en qué lugar..." [1] (Pág. 212) Nadie menciona niño alguno ni de "sangre real" (ya veremos de qué va esto) ni de sangre plebeya, como tampoco Rennes-le-Château ni bailío templario alguno.
Esta doble evasión de Montségur, no obstante, ha hecho correr ríos de tinta esotérica. Si Pierre y Matheus Bonnet ya habían puesto a buen recaudo el tesoro cátaro ¿por qué tuvieron que escapar después cuatro Perfectos? Las especulaciones son múltiples, que si los primeros transportaban el tesoro material mientras los segundos pusieron a salvo el tesoro espiritual (según los gustos, evangelios apócrifos, el Grial, un Diálogo de Platón inédito...), que si la abuela fuma... La cuestión, como suele suceder, tiene una explicación mucho más prosaica. El oro cátaro estaba a salvo... relativamente. Con la caída de Montségur era fácil prever lo que iba a suceder a continuación, la derrota de la herejía en todo el Languedoc. En esas circunstancias, el tesoro volvería a poder caer en manos del enemigo. Se imponía una solución del problema y eso es, probablemente, lo que tenían que realizar esas personas. Según algunas tradiciones, el oro cátaro acabó en Italia y sirvió al doble propósito de financiar las iglesias herejes de Lombardía y de ayudar económicamente a los refugiados occitanos pasados y futuros (a partir de la caída de Montségur el nuncio Pierre Maurel, de Aurillac, organiza la emigración a Italia). En 1260, el Inquisidor Raniero Sacconi considera que no llegaban a doscientos los Perfectos que se mantenían aún en las áreas de Toulouse, Albi, Carcassonne y Agen. [1] (Pág. 215) Según esas tradiciones, las personas que condujeron el tesoro a Italia fueron "Hugo, Mathieu, Peytavi y Sabatier" [2] (Pág. 165) Si consideramos que Matheus y Mathieu son el mismo nombre y que lo mismo sucede con Poitevin y Peytavin, encontramos que coinciden tres de los cinco nombres de los huidos de Montségur. Pero dejemos el peligroso terreno de las tradiciones para centrarnos en algo más documentado y, por tanto, más sólido, la supuesta presencia de un templario entre los fugados.
Dejemos de lado la inexistencia de documentación que sostenga ese asunto porque siempre puede pretenderse que el cuarto Perfecto escapado de Montségur (cuyo nombre se ignora) era, precisamente, el templario del bailío de Rennes-le-Château. Podríamos aceptarlo de no ser por un pequeño detalle, que en Rennes-le-Château no había ningún establecimiento del Temple en esa época. ¿Cómo? Pero si Baigent, Leigth & Lincoln aseguran:
"Unos cuantos kilómetros al sudeste de Rennes-le-Château, por ejemplo, se alzaba otro pico, llamado Bézu, coronado por las ruinas de una fortaleza medieval que otrora fue una preceptoría de los caballeros templarios. En un tercer pico, a cosa de kilómetro y medio al este de Rennes-le-Château, se alzan las ruinas del castillo de Blanchefort, hogar ancestral de Bertrand de Blanchefort, cuarto gran maestre de los caballeros templarios..." [3] (Pág. 27) ¿están nuevamente equivocados?
Comencemos por Blanchefort. Bertrand de Blanchefort fue el sexto gran maestre de los templarios (1156-1169). Fue hijo de Godefroy de Blanchefort. Su familia no tenía nada que ver con el castillo de Blanchefort cerca de Rennes porque era de la Guyenne. Por tanto ni fue éste su hogar ancestral ni puñetas. Por la misma razón, la familia Blanchefort (la de Rennes) que apoyó a los cátaros, nada tuvo que ver con la del templario Bertrand de Blanchefort (o Blanquefort). Se cae, por tanto, la pieza principal del tinglado cátaro-templario al que tan aficionados son algunos. Después de esta sensacional metedura de pata, seguimos con el castillo de Bézu.
Loa señores de Bézu (o Albedun, Albezu o Albezus) están documentados desde 1060. Aparecen Pierre I y Bernard I de Albedun. Durante los S XII y XII aparecen en distintos documentos los nombres de Pierre II, Bernard Sermon I, Bernard II, Bertrand I y Bernard Sermon II. En 1151 Bernard Sermon I hace una importante donación de dinero a la orden del Temple (también las realiza a otras órdenes religiosas), pero no les dona su señorío. Al contrario, en una decisión extraña por infrecuente, es el Temple el que entrega la administración de la villa de Espéraza (mientras viva) a Bernard Sermon.
En 1210, durante la cruzada contra los cátaros, la familia de Albedun es partidaria de éstos. Simon de Montfort encuentra el castillo abandonado por el entonces señor, Bernard Sermon II. No obstante, al no haber presentado batalla se le permite mantener su hacienda. Bernard Sermon II se envalentona y presta cada vez un apoyo más descarado a los cátaros hasta que en 1229 oculta a un importante obispo, Guilhabert de Castres. En 1231 el Rey lo desposee de su señorío y lo entrega al cruzado Pierre de Voisins, confirmando esa donación en 1248. Por tanto, en la caída de Montségur, el castillo de Bézu, lejos de ser un lugar seguro para nadie que tuviera que ver con el catarismo era un peligro porque estaba en manos de sus enemigos.
En 1307, Othon d´Aure vivía en el castillo. En esa fecha es acusado por fabricar moneda falsa. Esta acusación se repetiría en 1344 contra Brunissende, la esposa de Jacques de Voisins, su yerno, Guillaume de Cathala, y contra otros nobles.
Sólo queda la posibilidad de que se donara de forma temporal el castillo de Bézu al Temple entre 1292 y 1307, pero esa hipótesis no influye para nada en la cuestión que nos ocupa y que es que en 1244-45 ningún templario de Rennes-le-Château tuvo nada que ver en Montségur por la sencilla razón de que no había establecimientos del Temple en la localidad en esos años.
¿Algo más? Pues sí. Si alguien quería que un niño pasara inadvertido, lo último que podía hacer con él era conducirlo a una propiedad templaria por la sencilla razón de que el Temple, como Orden Militar que era, normalmente no admitía niños:
"Pues quien desea entregar eternamente a su hijo a la orden de la caballería debería criarlo y educarlo hasta el momento en que sea capaz de empuñar las armas con vigor, y librar a la tierra de los enemigos de Jesucristo. Que el padre y la madre lo lleven entonces a la casa y den a conocer su petición a los hermanos; y es mucho mejor si no hace el voto cuando sea niño, sino cuando sea mayor, y es mejor si no lo lamenta que si lo lamenta." [4] (Pág. 37)
El que después de ese desconocimiento de la historia y la Regla de los templarios, coloque al pie del mensaje la frase "Non nobis..." que no es sino el comienzo del lema del Temple: "Non nobis, Domine, non nobis, sed nomine tuo da gloriam." (Nada para nosotros, Señor, nada para nosotros, sino para dar gloria a tu nombre) es tan sólo la guinda que da culmen a un montón de despropósitos (y eso es, apenas, el comienzo porque a continuación se mete de lleno en el tema de los cátaros, lo que nos va a proporcionar nuevos momentos de diversión).
NOTAS:
[1] Citado en Los cátaros. Paul Labal. Traducción de Octavi Pellissa. Ed. Crítica. Barcelona, 2000.
[2] Citado en La verdadera historia de los cátaros. Anne Brenon. Traducción de Manuel Serrat Crespo. Ed. Martínez Roca S.A. Col. Enigmas. Barcelona, 1997.
[3] El enigma sagrado. M. Baigent, R. Leigh & H. Lincoln. Traducción de Jordi Beltrán. Ed. Círculo de Lectores por cesión de Ed. Martínez Roca S.A. Barcelona, 2001.
[4] Citado en El código templario. J. M. Upton-Ward. Traducción de Albert Solé. Ed. Martínez Roca S.A. Barcelona, 2000.
BIBLIOGRAFÍA:
La historia del castillo de Bézu pueden encontrarla aquí en un magnífico trabajo titulado "Albedun et son histoire XI-XV siècles" de Blandine Sire.
-Continuará-
Después de no dejar títere con cabeza en Rennes-le-Château, D. Lorenzo prosigue con su viaje iniciático. Comienza por visitar el centro esotérico de un tal Saqbel Zos (no me pregunten quién es en realidad porque no tengo ni idea) en una nueva muestra de la capacidad de sacrificio de nuestro autor. La narración de lo sucedido allí es realmente estremecedora. Lean, lean:
"Al penetrar en el interior las miradas se perdían entre los humos antagónicos de una espesa nube de hachís. La estética de aquel lugar era más cercana a la de un lupanar barato que a un centro espiritual." (Pág. 149)
Por si los porros y la pinta de puticlub de todo a 100 fueran poco motivo de alarma (servidor hubiera puesto pies en polvorosa sin esperar a más) la descripción de su anfitrión es para conservarla en la memoria:
"De no ser consciente de lo que hacía allí, hubiera pensado que ese hombre delgado y palúdico me odiaba como solo se puede odiar a un enemigo." (Pág. 150) No me pregunten qué quiso decir el Sr. Fernández Bueno al calificar a Saqbel de "palúdico" porque, nuevamente, no tengo ni idea. En fin, esperemos que no hubiera por allí algún mosquito anofeles despistado...
Como pueden suponer, de estos polvos vienen unos lodos considerables. D. Lorenzo se traga un "líquido infecto" que le hace "viajar" sin necesidad de coche, avión ni carrito de los helados. Los primeros efectos consisten en:
"Pese a todo ello era plenamente consciente de lo que aquel gurú me estaba espetando. Y en contra de toda lógica, él, que hacía unas horas reflejaba las virtudes propias de un santón, a cada segundo iba mutando desde mi percepción en un personaje horrendo y detestable al que en otras circunstancias, fuera de todo control, hubiera golpeado hasta la saciedad." (Pág. 151) No obstante, no deben preocuparse ni por el gurú ni por el escritor porque la sangre no llega al río. Con la mente abierta gracias a la pócima, D. Lorenzo hace tres preguntas:
"-¿Cuál es el secreto?
-El heredero.
-¿Dónde se encuentra?
-En el camino, seguro..." (Pág. 151)
No se crean que el Sr. Fernández Bueno no sabe contar hasta tres. Hace una última pregunta, pero la respuesta es tan estremecedora que, de momento, la oculta. Después de tanto sacrificio por la causa, D. Lorenzo se despierta en la habitación de su posada gracias al "canto armonioso de un gorrión" (¡qué bonito toque bucólico!). Eso sí, entre uno y otro episodio ha perdido un día.
En ese momento, el Sr. Fernández Bueno recuerda un "emilio" que le envió su mentor, Geoffrey, y nos lo transcribe. Su contenido es realmente portentoso:
"Querido amigo.
Se dice que cuando la toma de Montségur, por la noche un pequeño grupo de personas escapó de la fortaleza llevándose un tesoro. Ese "tesoro" eran dos niños, uno de ellos muy importante por el linaje de "sangre real" al que pertenecía.
Una de las personas que escapó de la fortaleza y proporcionó los medios para la huida con los niños fue el bailio del Temple de la cercana fortaleza de Rénnes-le-Château.
Parece que no es arriesgado pensar que el templario ocultara al niño en su encomienda. Un lugar cercano, tranquilo y seguro.
Como sabes, años después un cura curioso encontró unos manuscritos que se referían a unas genealogías.
Pásalo bien.
Non Nobis..." (Pág. 153)
Y digo que es portentoso porque tal sucesión de chorradas bate la propia plusmarca de D. Lorenzo (lo que indudablemente excede de lo corriente). ¿Por qué? Pues por varias razones. Veamos. Durante el asedio a la fortaleza cátara de Montségur se sabe que escaparon varias personas en distintas ocasiones. Las primeras fueron los hermanos Pierre y Matheus Bonnet que pusieron a buen recaudo el tesoro de los cátaros que no consistía en ningún niño sino, de acuerdo con la declaración que realizó Imbert de Salles ante la Inquisición después de la caída del castillo, en "oro, plata y una infinita cantidad de monedas" [1] (Pág. 212) en la Navidad de 1243. Según el mismo testigo (que era sargento de la guarnición de Montségur) su destino era la cueva de Lombrives o una gruta fortificada del Sabarthès.
Con posterioridad, durante la tregua previa a la rendición de la fortaleza (del 2 al 16 de marzo de 1244) huyeron cuatro personas más. Los nombres de tres de ellas, según algunos, eran Hugo, Poitevin y Amiel Aicard (se ignora el del cuarto). Según la declaración de Arnaud-Roger de Mirepoix ante la Inquisición: "para que la Iglesia de los herejes no perdiera su tesoro que estaba escondido en los bosques y ellos sabían en qué lugar..." [1] (Pág. 212) Nadie menciona niño alguno ni de "sangre real" (ya veremos de qué va esto) ni de sangre plebeya, como tampoco Rennes-le-Château ni bailío templario alguno.
Esta doble evasión de Montségur, no obstante, ha hecho correr ríos de tinta esotérica. Si Pierre y Matheus Bonnet ya habían puesto a buen recaudo el tesoro cátaro ¿por qué tuvieron que escapar después cuatro Perfectos? Las especulaciones son múltiples, que si los primeros transportaban el tesoro material mientras los segundos pusieron a salvo el tesoro espiritual (según los gustos, evangelios apócrifos, el Grial, un Diálogo de Platón inédito...), que si la abuela fuma... La cuestión, como suele suceder, tiene una explicación mucho más prosaica. El oro cátaro estaba a salvo... relativamente. Con la caída de Montségur era fácil prever lo que iba a suceder a continuación, la derrota de la herejía en todo el Languedoc. En esas circunstancias, el tesoro volvería a poder caer en manos del enemigo. Se imponía una solución del problema y eso es, probablemente, lo que tenían que realizar esas personas. Según algunas tradiciones, el oro cátaro acabó en Italia y sirvió al doble propósito de financiar las iglesias herejes de Lombardía y de ayudar económicamente a los refugiados occitanos pasados y futuros (a partir de la caída de Montségur el nuncio Pierre Maurel, de Aurillac, organiza la emigración a Italia). En 1260, el Inquisidor Raniero Sacconi considera que no llegaban a doscientos los Perfectos que se mantenían aún en las áreas de Toulouse, Albi, Carcassonne y Agen. [1] (Pág. 215) Según esas tradiciones, las personas que condujeron el tesoro a Italia fueron "Hugo, Mathieu, Peytavi y Sabatier" [2] (Pág. 165) Si consideramos que Matheus y Mathieu son el mismo nombre y que lo mismo sucede con Poitevin y Peytavin, encontramos que coinciden tres de los cinco nombres de los huidos de Montségur. Pero dejemos el peligroso terreno de las tradiciones para centrarnos en algo más documentado y, por tanto, más sólido, la supuesta presencia de un templario entre los fugados.
Dejemos de lado la inexistencia de documentación que sostenga ese asunto porque siempre puede pretenderse que el cuarto Perfecto escapado de Montségur (cuyo nombre se ignora) era, precisamente, el templario del bailío de Rennes-le-Château. Podríamos aceptarlo de no ser por un pequeño detalle, que en Rennes-le-Château no había ningún establecimiento del Temple en esa época. ¿Cómo? Pero si Baigent, Leigth & Lincoln aseguran:
"Unos cuantos kilómetros al sudeste de Rennes-le-Château, por ejemplo, se alzaba otro pico, llamado Bézu, coronado por las ruinas de una fortaleza medieval que otrora fue una preceptoría de los caballeros templarios. En un tercer pico, a cosa de kilómetro y medio al este de Rennes-le-Château, se alzan las ruinas del castillo de Blanchefort, hogar ancestral de Bertrand de Blanchefort, cuarto gran maestre de los caballeros templarios..." [3] (Pág. 27) ¿están nuevamente equivocados?
Comencemos por Blanchefort. Bertrand de Blanchefort fue el sexto gran maestre de los templarios (1156-1169). Fue hijo de Godefroy de Blanchefort. Su familia no tenía nada que ver con el castillo de Blanchefort cerca de Rennes porque era de la Guyenne. Por tanto ni fue éste su hogar ancestral ni puñetas. Por la misma razón, la familia Blanchefort (la de Rennes) que apoyó a los cátaros, nada tuvo que ver con la del templario Bertrand de Blanchefort (o Blanquefort). Se cae, por tanto, la pieza principal del tinglado cátaro-templario al que tan aficionados son algunos. Después de esta sensacional metedura de pata, seguimos con el castillo de Bézu.
Loa señores de Bézu (o Albedun, Albezu o Albezus) están documentados desde 1060. Aparecen Pierre I y Bernard I de Albedun. Durante los S XII y XII aparecen en distintos documentos los nombres de Pierre II, Bernard Sermon I, Bernard II, Bertrand I y Bernard Sermon II. En 1151 Bernard Sermon I hace una importante donación de dinero a la orden del Temple (también las realiza a otras órdenes religiosas), pero no les dona su señorío. Al contrario, en una decisión extraña por infrecuente, es el Temple el que entrega la administración de la villa de Espéraza (mientras viva) a Bernard Sermon.
En 1210, durante la cruzada contra los cátaros, la familia de Albedun es partidaria de éstos. Simon de Montfort encuentra el castillo abandonado por el entonces señor, Bernard Sermon II. No obstante, al no haber presentado batalla se le permite mantener su hacienda. Bernard Sermon II se envalentona y presta cada vez un apoyo más descarado a los cátaros hasta que en 1229 oculta a un importante obispo, Guilhabert de Castres. En 1231 el Rey lo desposee de su señorío y lo entrega al cruzado Pierre de Voisins, confirmando esa donación en 1248. Por tanto, en la caída de Montségur, el castillo de Bézu, lejos de ser un lugar seguro para nadie que tuviera que ver con el catarismo era un peligro porque estaba en manos de sus enemigos.
En 1307, Othon d´Aure vivía en el castillo. En esa fecha es acusado por fabricar moneda falsa. Esta acusación se repetiría en 1344 contra Brunissende, la esposa de Jacques de Voisins, su yerno, Guillaume de Cathala, y contra otros nobles.
Sólo queda la posibilidad de que se donara de forma temporal el castillo de Bézu al Temple entre 1292 y 1307, pero esa hipótesis no influye para nada en la cuestión que nos ocupa y que es que en 1244-45 ningún templario de Rennes-le-Château tuvo nada que ver en Montségur por la sencilla razón de que no había establecimientos del Temple en la localidad en esos años.
¿Algo más? Pues sí. Si alguien quería que un niño pasara inadvertido, lo último que podía hacer con él era conducirlo a una propiedad templaria por la sencilla razón de que el Temple, como Orden Militar que era, normalmente no admitía niños:
"Pues quien desea entregar eternamente a su hijo a la orden de la caballería debería criarlo y educarlo hasta el momento en que sea capaz de empuñar las armas con vigor, y librar a la tierra de los enemigos de Jesucristo. Que el padre y la madre lo lleven entonces a la casa y den a conocer su petición a los hermanos; y es mucho mejor si no hace el voto cuando sea niño, sino cuando sea mayor, y es mejor si no lo lamenta que si lo lamenta." [4] (Pág. 37)
El que después de ese desconocimiento de la historia y la Regla de los templarios, coloque al pie del mensaje la frase "Non nobis..." que no es sino el comienzo del lema del Temple: "Non nobis, Domine, non nobis, sed nomine tuo da gloriam." (Nada para nosotros, Señor, nada para nosotros, sino para dar gloria a tu nombre) es tan sólo la guinda que da culmen a un montón de despropósitos (y eso es, apenas, el comienzo porque a continuación se mete de lleno en el tema de los cátaros, lo que nos va a proporcionar nuevos momentos de diversión).
NOTAS:
[1] Citado en Los cátaros. Paul Labal. Traducción de Octavi Pellissa. Ed. Crítica. Barcelona, 2000.
[2] Citado en La verdadera historia de los cátaros. Anne Brenon. Traducción de Manuel Serrat Crespo. Ed. Martínez Roca S.A. Col. Enigmas. Barcelona, 1997.
[3] El enigma sagrado. M. Baigent, R. Leigh & H. Lincoln. Traducción de Jordi Beltrán. Ed. Círculo de Lectores por cesión de Ed. Martínez Roca S.A. Barcelona, 2001.
[4] Citado en El código templario. J. M. Upton-Ward. Traducción de Albert Solé. Ed. Martínez Roca S.A. Barcelona, 2000.
BIBLIOGRAFÍA:
La historia del castillo de Bézu pueden encontrarla aquí en un magnífico trabajo titulado "Albedun et son histoire XI-XV siècles" de Blandine Sire.
-Continuará-
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